Reflexiones sobre el ciberespacio
a partir de las heterotopías de Michel Foucault

Fernando Beresñak*

Cuadernos del Sur - Filosofía 51 (2022), 41-59, E-ISSN 2362-2989

El artículo se propone reflexionar sobre el ciberespacio a partir de los análisis espaciales que Michel Foucault realizó entre 1966 y 1967 en relación con los conceptos de utopía y heterotopía. Inicialmente, el trabajo se sirve del “Prefacio” al libro Las palabras y las cosas, pero el foco de la reflexión se despliega sobre lo que el filósofo francés ofreció en la conferencia radiofónica titulada Las heterotopías, así como en el texto Espacios diferentes.

Con todo, la idea que rige el trabajo no es alcanzar una conclusión sobre el estatuto del ciberespacio. Por el contrario, en este análisis se pretende dar cuenta de la vasta y compleja cantidad de variables que es necesario tener en consideración para poder evaluar adecuadamente su modo de ser, sus funciones e implicancias (tareas, todas ellas, que deberán ir siendo desarrolladas en los tiempos venideros).

Palabras clave

ciberespacio

heterotopía

Foucault

Fecha de recepción

6 de octubre de 2022

Aceptado para su publicación

26 de octubre de 2022

* CONICET – UBA, FSOC, IIGG. Correo electrónico: beresnakfernando@hotmail.com.

Resumen

The article aims to reflect on cyberspace. The basis of our work will be the spatial analysis that Michel Foucault carried out between 1966 and 1967 in relation to the concepts of utopia and heterotopia. Initially, the paper will make use of the “Preface” of the book The order of things. However, the focus of the reflection will be deployed on what the French philosopher offers in the radio conference entitled Heterotopias as well as in the article Of other spaces.

Nevertheless, the idea that governs our work is not to reach a conclusion about the status of cyberspace. On the contrary, the purpose of this analysis is to account for the vast and complex number of variables that need to be taken into account, in order to adequately evaluate its way of being, functions and implications (all of them, tasks that will have to be developed in the coming times).

Keywords

cyberspace

heterotopia

Foucault

Abstract

41-59

Do

la idea de acumularlo todo,

la idea de detener el tiempo de alguna manera,

o más bien de dejarlo depositar al infinito en un espacio privilegiado,

de constituir el archivo general de una cultura,

la voluntad de encerrar en un lugar todos los tiempos,

todas las épocas, todas las formas y todos los gustos,

la idea de constituir un espacio de todos los tiempos,

como si ese espacio pudiera estar él mismo definitivamente fuera de todo tiempo,

es una idea del todo moderna

(Foucault, 2010a)

Foucault: para un análisis del ciberespacio

Las obsesiones por el espacio que el mismo Michel Foucault reconoció haber desplegado durante toda su obra (Foucault, 1976) fueron intensamente desarrolladas desde el libro la Historia de la locura en la época clásica (Foucault, 2006a) hasta por lo menos Vigilar y Castigar; el nacimiento de la prisión (Foucault, 2006b). En una importante parte de esos recorridos, la espacialidad era traída a colación a raíz de ciertas instituciones que aparecían como novedad en los primerísimos inicios de la modernidad, modelizando la escenografía de la época y el modo de concebir y habitar el espacio (recuérdense las referencias al Hospital General de París o a la prisión con el modelo arquitectónico-panóptico de Jeremy Bentham).

Esas reconfiguraciones espaciales establecían nuevas funciones de capital importancia para la civilización en su transición del Renacimiento a la modernidad. Como podremos comprender sobre el final del trabajo, aquella no será la última vez que los cambios espaciales apunten a modificar las bases civilizatorias. El siglo XXI también pareciera seguir ese camino.

Con todo, aquel abordaje sobre las instituciones no era la única vía que Foucault encontró para aventurarse en la problemática espacial. Las palabras y las cosas; una arqueología de las ciencias humanas (Foucault, 2003) también exploró la cuestión del espacio y, más precisamente, los órdenes y desórdenes que se configuran en y a partir de él. En ese texto, el autor analizó el poder de ese umbral, sutil, en el que el lenguaje y el espacio se entrecruzan, se mezclan, del que emergen espacios imaginarios y reales con desórdenes y órdenes que determinan lo posible y lo imposible para el pensamiento de quienes allí habitan (Foucault, 2010a).

Sobre este universo teórico, avanzaremos siguiendo algunas reflexiones situadas en el “Prefacio” de Las palabras y las cosas ligadas a las utopías y heterotopías (así como también sobre otros análisis espaciales que allí realiza el autor). Es que la importancia de los no-lugares ligados al anonimato (Augé, 1992) es clave para la cuestión ciberespacial.

De este modo, se irán abriendo las grietas en las que comenzarán a tener sentido una serie de interrogantes vinculados a la problemática experiencial que el ciberespacio posibilita. Para el lector familiarizado con Las palabras y las cosas y, por ende, con la inminente desaparición de la figura de lo humano que allí se vaticina, esta indagación claramente adquirirá un valor distinto. En este sentido, cabe preguntar: ¿cuáles serán las figuras que el ciberespacio desdibujará y cuáles las que comenzará a conformar?

Luego, para profundizar en ese mismo camino, analizaremos con detalle la conferencia radiofónica de 1966 titulada Las heterotopías (Foucault, 2010a), así como el texto escrito unos meses después y publicado en 1967, Los espacios diferentes (Foucault, 2010b). En particular, nos atendremos a los conceptos de utopía y heterotopía que, aunque con ciertos matices, circulan de forma relativamente uniforme en todos aquellos trabajos (aunque con un grado mayor de diferencia con relación al modo utilizado en Las palabras y las cosas).

Es evidente que el análisis requerirá de previas definiciones de lo que se entiende por cada una de esas categorías. Y para hacer esto correctamente, presentaremos los enunciados que Foucault ofreció sobre la cuestión en los distintos textos antes referidos. Este despliegue no solo consolidará las herramientas de trabajo, sino que también posibilitará el análisis en sí mismo. Especialmente, nos interesa indagar sobre esta cuestión para estudiar los elementos y dinámicas que se encuentran alrededor del posible estatuto heterotópico del ciberespacio.

Sirviéndose de esos instrumentos, y tomando en consideración que el objetivo central del trabajo es poder dar cuenta de la vasta y compleja cantidad de variables que es necesario atender para poder evaluar adecuadamente el modo de ser, las funciones e implicancias del ciberespacio, resulta prudente señalar el marco dentro del cual todo aquello tendrá lugar. Es decir, debe saberse que al presente texto también lo acompaña una serie de preguntas que no se responderán conclusivamente, pero que es importante enunciar como parte del ecosistema dentro del cual se desarrollará el análisis.

¿Cuál es la experiencia en el ciberespacio? ¿Cuál es el estatuto de la figura de lo humano en los tiempos de la aparición del ciberespacio? ¿Cuál es el nuevo rostro (si es que lo tiene) que en el ciberespacio va adquiriendo aquel ente que solíamos denominar humano? ¿Cuáles son los trazos que el ciberespacio posibilita? Estas son algunas de las preguntas que atraviesan el texto, aunque modelizadas de formas diversas y apuntaladas en terrenos diferentes.

Con todo, no debe confundirse el eje del análisis, a saber: conformar un campo de resonancia problemático para alojar el ciberespacio, que esté compuesto de una serie de interrogantes e inquietudes que tiendan a abrir el universo reflexivo sobre el futuro tecnológico de la civilización (o de lo que quede de ella).

La historia, el presente y el futuro del (ciber)espacio

Para poder comprender una de las razones principales por las que utilizar la batería teórico-conceptual foucaulteana relativa a las utopías y heterotopías para analizar el ciberespacio, debe recordarse que en los mismos textos en los que desarrolló estos conceptos Foucault enunciaba que la mayor transformación epocal que el espacio estaba sufriendo provenía de los movimientos que producía la tecnociencia informática (Foucault, 2010b).

Sigamos entonces la sugerencia del filósofo francés y, primero, veamos la historia de la experiencia del espacio que él nos propone (Foucault, 2010b). Foucault determina tres tipos de experiencia espacial, distribuidas cada una de ellas en la Edad Media, en el Renacimiento y la modernidad y, finalmente, en la contemporaneidad.

Según el autor, en la primera de ellas se habitaba un espacio localizado, en donde cada cosa y experiencia tenía su lugar. El espacio estaba compuesto de lugares sagrados o profanos, protegidos o indefensos, cerrados o abiertos, supracelestes o celestes, celestes o terrestres. En definitiva, en ese espacio medieval cada localización implicaba una diferencia experiencial constatable con respecto a la otra (Foucault, 2010b). Cada lugar tenía sus características propias, sus funciones determinadas y sus rituales. El ordenamiento espacial se encontraba delimitado y estratificado por las especificidades de cada lugar. Dentro de cada uno de estos, las cosas y las personas devenían algo más que ellas mismas. La experiencia espacial de la localización otorgaba elementos que les eran en principio extraños a sus habitantes. Los lugares tenían mucho más para ofrecer que una mera función fronteriza y de apoyo para los cuerpos.

La otra modelización del espacio tiene lugar a partir del Renacimiento e inicios de la modernidad; más puntualmente, con Galileo (Foucault, 2010b). Sea como fuere, lo importante es que a partir de allí se empieza a discutir sobre los límites del espacio o, mejor dicho, sobre la imposibilidad de definir si tiene límites o no, y en algunos casos más osados, directamente sobre las implicancias de la ausencia de límites. Del mismo modo, distintos descubrimientos, como los de Galileo sobre las manchas en el Sol, mostraron que la supuesta perfección del mundo celeste no era tal, y que, por ende, las características de aquella región eran compartidas por las del mundo terrestre, por lo que no tenía mayor sentido diferenciarlos.

El espacio comienza a concebirse en su extensión infinita y abierta, y sin la posibilidad de establecer en su interior diferencias tan localizadas como antes. Todo y todos ya no serán otra cosa que un punto inextenso en un espacio infinito. Los poderes de los cuales se embebía el habitante de tal o cual locación comenzarán por diluirse. Por ende, aquel espacio medieval de localizaciones diferentes perderá su eficacia al interior de esta concepción extensiva y cuasi-homogénea.

Finalmente, Foucault arrojó el siguiente diagnóstico: “En nuestros días, el emplazamiento sustituye a la extensión, que a su vez reemplazaba a la localización. El emplazamiento es definido por las relaciones de vecindad entre puntos o elementos; formalmente se los puede describir como series, árboles, entramados” (Foucault, 1976: 65). Sin embargo, lo más importante es lo que dirá inmediatamente después al mencionar el único elemento que motoriza esta nueva transformación espacial (de allí que nos permitiremos reproducir el pasaje en su totalidad). Dice:

Es conocida la importancia de los problemas de emplazamiento en la técnica contemporánea: almacenamiento de la información o de los resultados parciales de un cálculo en la memoria de una máquina, circulación de elementos discretos, de salida aleatoria (como muy sencillamente los automóviles o, después de todo, los sonidos sobre una línea telefónica), localización de elementos, marcados o codificados, en el interior de un conjunto que está o bien repartido al azar o clasificado en una clasificación unívoca, o clasificado según una clasificación plurívoca, etcétera (Foucault, 2010b: 65-66).

Como claramente se puede notar, la técnica informática y, por ende, también el ciberespacio que la posibilita son considerados por Foucault los motores de la transformación espacial de la nueva época. Luego, volverá a situar la cuestión quizá más concretamente al decir que el eje del futuro del espacio emplazado es “el problema de saber qué relaciones de vecindad, qué tipos de almacenamiento, de circulación, de localización, de clasificación de los elementos humanos deben ser preferentemente tenidos en cuenta” (Foucault, 2010b: 66).

En definitiva, es el mismo Foucault quien sugiere la necesidad de indagar en la cibernética espacial y su técnica informática si lo que se pretende es comprender la experiencia del espacio en la actualidad con vistas al futuro. Estudiar el ciberespacio es una práctica profundamente foucaulteana.

El ciberespacio y la desacralización como problemática filosófico-política

Otra interesante sugerencia que dejó entrever Foucault es el carácter político del tratamiento del espacio. Llamó la atención sobre el hecho de que el espacio contemporáneo todavía no se encuentra totalmente desacralizado. Y aunque dudó si esto es así en su dimensión teórica, aseguró que la dimensión práctica del espacio está “gobernada por cierta cantidad de oposiciones que no se pueden tocar, que la institución y la práctica todavía no se atrevieron a afectar, oposiciones que admitimos como dadas” (Foucault, 2010b: 67). Algunos ejemplos de ello son, según Foucault, las oposiciones entre

el espacio privado y el espacio público, entre el espacio de la familia y el espacio social, entre el espacio cultural y el espacio útil, entre el espacio de distracciones y el espacio de trabajo; todas están animadas todavía por una sorda sacralización (Foucault, 2010b: 67).

El ciberespacio, por su parte, pareciera pretender que ya nada de todo eso se mantenga así. Allí, todos esos espacios convienen en un único y gran espacio común. Por ende, quizá no esté de más advertirlo, el ciberespacio podría constituirse en el gran desacralizador del espacio del siglo XXI. Con todo, será necesario ser prudentes respecto de esta afirmación, puesto que quizá haya ciertas configuraciones espaciales que, aunque adquieran mayor plasticidad en el mundo virtual, siguen teniendo la misma función (por ejemplo, las publicidades no se movilizan ni medio ápice del modo en que se emplean en el universo físico).

Pero para analizar la politicidad y la desacralización del espacio con mayor detalle, convendría analizar el tipo de espacio que constituye la cibernética. Y una aclaración etimológica podría ser necesaria para tales fines, dado que ayudará a dimensionar lo que está en juego en el momento de analizar el ciberespacio. En ese sentido, es preciso recordar que esta última palabra tuvo su aparición alrededor de 1982, cercana a muchos usos del término “ciber” propiciados en la década de 1980 (por ejemplo, en 1986, ciberpunk) y propulsados a otra escala en los inicios de 1990.

Así y todo, es necesario retroceder al término base, es decir, la cibernética, y recordar brevemente su aparición. En la contemporaneidad, el término cibernética comenzó a ser utilizado a mediados del siglo XX, cuando el matemático norteamericano Norbert Wiener señaló a la cibernética (cybernetics) como la teoría o el estudio de la comunicación y del control —en animales y máquinas— (Wiener, 1948). En esa referencia ya se podía advertir el carácter político de la cuestión debido no solo al aspecto medial entre los seres humanos, como lo es la comunicación, sino también a la creciente importancia que adquiere el control en las sociedades actuales (Brignall, 2002). Sin embargo, resulta prudente retrotraernos todavía un poco más en la historia de esta palabra.

Existe una referencia bibliográfica de 1834 en la que se hace mención directa a la dimensión política del término. André-Marie Ampère, en su obra Essai sur la philosophie des sciences ou exposition analytique d´une classifcation naturelle de toutes les connaissances humaines (1834), había utilizado el término cybernétique para referirse al estudio noológico del arte y de los modos de gobierno. Es decir que, al menos en la Francia del siglo XIX, ya era posible observar la dimensión política que implicaba estudiar el uso intelectual que tiende a la comunicación y al control en vistas al modo de gobernar.

Ahora bien, todas estas referencias cobran mayor sentido aun cuando se recuerda la terminología circundante al vocablo cibernética procedente del griego antiguo. Así, podemos encontrar κυβερνητικός (kubernētikós), que significa un buen dirigir o pilotear una nave —principalmente acuática— o, en un sentido metafórico, un correcto guiar o gobernar un ente de cualquier índole —pudiendo ser un Estado, una región, un territorio, una población, etc.—. También está κυβερνάω (kubernáō; kyberman), que remite directamente al agente de la acción recién enunciada. Y en la misma familia, se encuentra kybernetes, que implicaría directamente al timonel y, metafóricamente, al guía o al gobernador.

Si se tienen en cuenta estos hitos (del griego antiguo, de la Francia moderna y de los Estados Unidos contemporáneos), es posible advertir que la cibernética, sin lugar a dudas, es una problemática de índole política. Y, por eso, estudiar el ciberespacio, es decir, la espacialidad de la cibernética, es hacer filosofía política.

Asimismo, y dado que muchos abogan para que el ciberespacio devenga el sitio de la civilización venidera, resulta de capital importancia comprender las características y devenires de este fenómeno. Especialmente aquel que mencionamos al inicio de este apartado respecto de la desacralización del espacio que viene llevando a cabo. Pero la complejidad de la cuestión, otorgada principalmente por sus cambios constantes, tan solo nos permitirá acercarnos someramente.

Primeras formulaciones utópicas y heterotópicas

Conviene traer a colación una serie de pasajes relativos a los conceptos de utopía y heterotopía que aparecen, por primera vez, en Las palabras y las cosas, dado que ofrecen un espacio de reflexión para introducir la problemática del ciberespacio. Comencemos por la utopía.

En ese texto nos encontramos con la siguiente aclaración de Foucault: “Las utopías consuelan: pues si no tienen un lugar real, se desarrollan en un espacio maravilloso y liso; despliegan ciudades de amplias avenidas, jardines bien dispuestos, comarcas fáciles, aun si su acceso es quimérico” (Foucault, 2003: 3). Y luego sigue: “las utopías permiten las fábulas y los discursos: se encuentran en el filo recto del lenguaje, en la dimensión fundamental de la fábula” (Foucault, 2003: 3).

Así y todo, es preciso sostener con Foucault que, en la episteme del siglo XIX (aquella en la que ya no se trata de la representación bien ordenada, típica de la episteme clásica, sino de una dimensión temporal encadenada en la que se despliega el devenir), la utopía ya no direcciona hacia un origen, sino que comienza a remitir al final de los tiempos: “En el siglo XIX, la utopía concierne al ocaso del tiempo más que al alba” (Foucault, ٢٠٠٣: ٢٥٧). Las utopías que emergen a partir de entonces se sitúan al final de la historia. Por ende, cabe preguntar: ¿Acaso el ciberespacio pertenece a este tipo de utopías que se sitúan en los tiempos del final de la historia? ¿O más bien pertenece al tiempo sin tiempo que advendrá cuando ya todo se presente terminado?

Con todo, cabe indagar en qué es lo que sucederá en tiempos, como los actuales, en los que Foucault recuerda que dios ha muerto y que la historia se presenta acabada. El estado de situación actual lo señala el autor en 1966 al decir que

sólo queda que prendan fuego a todas estas formas estables, que dibujen con sus restos calcinados rostros extraños, imposibles quizá; y en una luz de la que no se sabe aún con justicia si reanima el último incendio o si indica la aurora, vemos abrirse lo que puede ser el espacio del pensamiento contemporáneo (Foucault, 2003: 258).

Es por eso que sería posible preguntarse: ¿son acaso las dimensiones y características del ciberespacio parte de este pensamiento contemporáneo que se comenzó a visualizar luego de incendiar las formas estables, haber asesinado a dios y después del fin de la historia?

Habiendo dejado situadas estas preguntas, sigamos adelante indagando en las referencias que, en Las palabras y las cosas, se hacen sobre las heterotopías. Según Foucault, en ellas es en donde, a través del análisis de los discursos, se vuelve posible dar cuenta de los límites de nuestro pensamiento. Se trata de una problemática que adquiere todo su sentido si nos atenemos al hecho de que, como recién leíamos, las utopías contemporáneas parecen arrojarnos a un espacio en el que resulta necesario comprender si estamos en los albores de un nuevo tipo de pensamiento, y si el mismo se corresponde más con un incendio o con una aurora.

De hecho, Foucault afirma: “Las heterotopías inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la ‘sintaxis’ y no sólo la que construye las frases” (2003: 3). Todo lo que hace posibles las palabras, los nombres, la sintaxis, lo que constituye las frases, ya no parece reconocerse como el suelo común a partir del cual edificar la comunicación entre los seres parlantes, y quizá tampoco siquiera el pensamiento propio. El pensamiento que se esfuerza por emerger parece proceder de dimensiones todavía demasiado ajenas, siendo entonces el estado natural frente al mismo el de una especie de lenguaje roto, fragmentado, quebrado, agrietado.

Es cierto que las heterotopías nos ofrecen el placer de la experiencia de la libertad frente a las ataduras históricas en las que la subjetividad del ser humano se constituyó, pero, por otro lado, no otorgan la estabilidad de un nuevo lenguaje. Aunque existe la posibilidad, cuya viabilidad resulta sumamente difícil, de que el lenguaje venidero sea también fragmentario, quebrado, roto. De hecho, ¿qué tipo de pensamiento, de comunicación y de espacio podremos elaborar con un lenguaje de ese tipo?

Foucault también dice que “las heterotopías (…) secan el propósito, detienen las palabras en sí mismas, desafían, desde su raíz, toda posibilidad de gramática; desatan los mitos y envuelven en esterilidad el lirismo de las frases” (2003: 3). Según él, acontece una parálisis en el campo de lo teleológico, pero también en el del lenguaje. Así, de repente, el mito se vuelve el lugar adecuado para gozar de una sociedad paralizada, con el lenguaje quebrado y sin poder actuar (aunque se mueva bajo formas automatizadas). Es posible pensar que la ciberespacialidad puede alojar estas características sin inconvenientes evidentes e incluso desarrollarlas y potenciarlas.

Para terminar este momento inicial, podríamos preguntar: ¿qué lenguaje, qué pensamiento y qué experiencia habilitan las utopías y heterotopías del siglo XXI, y más puntualmente, aquellas que se asientan en el ciberespacio?

Utopías ciberespaciales

En la conferencia radiofónica de diciembre 1966, titulada Las heterotopías, así como en el texto Espacios diferentes, Foucault reutiliza los términos ya empleados en Las palabras y las cosas. Allí insiste sobre lo enunciado respecto de la utopía y señala algunos matices acerca de la heterotopía. Empecemos por el primero para ver qué podría aportar al análisis del ciberespacio.

La utopía es ese lugar que no es real; también se lo conoce por no existir como tal; pero también podría decirse que es la imposibilidad de esos lugares. Por su parte, Foucault ejemplifica diciendo que las utopías podrían incluso ser universos enteros (y es importante aclarar que todos sus ejemplos pertenecen al universo físico), que no pueden rastrearse en sitio alguno, porque no son propios del espacio (Foucault, 2010b).

Pero ¿habrá tenido en consideración Foucault al por aquel entonces apenas incipiente espacio virtual de la cibernética? El espacio virtual tampoco permite ser detectado por sus huellas en el universo físico. Pero así y todo tiene cierta espacialidad. Por ende, también cabe preguntar: ¿es el ciberespacio un lugar o sería más apropiado decir que existe como espacio? Dado que no responde a la física (al menos directamente), podríamos dejar el término “lugar” para referir a una dimensión física, al menos por ahora, y entonces considerar nuestro objeto de estudio tan solo como espacio.

Por otro lado, Foucault afirma que las utopías emergen “en la cabeza de los hombres o, a decir verdad, en el intersticio de sus palabras, en el espesor de sus relatos, o incluso en el lugar sin lugar de sus sueños, en el vacío de sus corazones” (Foucault, 2010b: 19). En este sentido, bien podría decirse que el ciberespacio es el resultado de esas mismas zonas. Y no nos referimos a la mente de los seres humanos, sino a lo que generan los silencios, las pausas y la latencia de las palabras que ellos pronuncian, a lo que produce el plus voluminoso de las narrativas que proclaman, a lo que movilizan sus sueños, ansias, deseos y placeres, como también a lo que decanta la desolación de sus almas. El ciberespacio, más allá de lo que con él se haga o se pretenda hacer, pareciera ser la receta tecnológica para lidiar con lo que surge de estas zonas grises que pertenecen al incontrolable campo abierto del ser con el cual debe lidiar el ser humano.

Unos meses más tarde, luego de aquella conferencia radiofónica, presentará su texto, titulado Espacios diferentes, en el cual dejará plasmada una perspectiva más estructurada y precisa sobre la cuestión. Afirmará que “las utopías son los emplazamientos sin lugar real. Son los emplazamientos que mantienen con el espacio real de la sociedad una relación general de analogía directa o invertida. Es la sociedad misma perfeccionada o es el revés de la sociedad” (Foucault, 2010b: 69). Es decir que se servirá de las utopías para tratar aquellos intentos (que ya se sabe que están destinados al fracaso) de situar en algún lugar ciertas cosas o ideas que tienden a perfeccionar o dar vuelta lo que ya hay en la sociedad. Pero afirmará que “esas utopías son espacios que fundamentalmente, esencialmente, son irreales” (Foucault, 2010b: 69). Por ende, si bien podemos confirmar aquí que Foucault les otorga a las utopías el título de espacios, también les da otra peculiar característica, como lo es su irrealidad. Las utopías no son lugares, sino más bien espacios; y dentro de la diversidad que podrían ser, ellas son del tipo de espacios que son irreales, que no tienen lugar, que no tienen donde situarse. En este último sentido, podría decirse que el ciberespacio es una utopía, ya que es un espacio que no tiene lugar, al menos en el sentido físico. Pero la tensión surge cuando se vuelve dificultoso afirmar su irrealidad. Sigamos adelante.

Sobre la necesidad de las heterotopías

Es aquí donde resulta importante traer a colación las heterotopías ya utilizadas en Las palabras y las cosas. En aquel texto Foucault emplea el término para referir a los discursos propiamente dichos. Sin embargo, tanto en Las heterotopías como en Espacios diferentes se sirve del concepto para alojar aquellos espacios —o también, por momentos, los espacio-tiempos— radicalmente heteróclitos que no tienen lugar, pero que son absolutamente reales.

Foucault confiesa el sueño de conformar una ciencia —o una “descripción sistemática” (Foucault, 2010b: 71)— denominada “heterotopología”, que estudie los espacios absolutamente diferentes que realmente existen y que impugnan mítica y realmente los espacios en los que habitamos (Foucault, 2010b). Es por esto que, ahora, este término pareciera ser más indicado que el de utopía para analizar el ciberespacio.

Es necesario recordar las palabras del autor cuando decía: “que hay —y esto en toda sociedad— utopías que tienen un lugar preciso y real” (Foucault, 2010a: 19). Si se atiende al hecho de que el ciberespacio es la materialización virtual, precisa y real de un espacio imaginario, emergente del espesor de los relatos, del intersticio de las palabras, de la búsqueda de un sitio para lo onírico y para el deseo, de un cobijo radicalmente distinto para el alma, de ese plus que circula por doquier en todo intento de alojar aquello para lo cual aún no se tiene lugar, se podrá comenzar a vislumbrar la conexión del espacio virtual con las heterotopías.

A estas últimas Foucault también las llama “contraespacios” (2010a: 20), porque dentro del espacio en el que vivimos, y “entre todos esos lugares que se distinguen unos de los otros, hay algunos que son absolutamente distintos: lugares que se oponen a todos los otros, que están destinados de algún modo a borrarlos, a neutralizarlos o a purificarlos”1 (Foucault, 2010a: 20). Y en cierto sentido, se podría decir que el ciberespacio no solo es el espacio absolutamente distinto, el más diferente entre todos los otros en los que vivimos, sino que también es aquel que pareciera tener más claramente el propósito de doblegar a los otros, en lugar de reemplazarlos, neutralizarlos, purificarlos o socorrerlos, y de convertirse en el único donde se pretenda vivir.

Precisa Foucault:

Hay también, y esto probablemente en toda cultura, en toda civilización, lugares reales, lugares efectivos, lugares que están dibujados en la institución misma de las sociedad, y que son especies de contra-emplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas en las cuales los emplazamientos reales, todos los otros emplazamientos reales que se pueden encontrar en el interior de la cultura, son a la vez representados, impugnados e invertidos, especies de lugares que están fuera de todos los lugares, aunque sin embargo sean efectivamente localizables. Estos lugares, porque son absolutamente distintos de todos los emplazamientos que ellos reflejan y de los que ellos hablan, los llamaré, por oposición a las utopías, las heterotopías (Foucault, 2010b: 70)

Como se podrá notar, vuelve a aparecer aquí la idea de lugar, presuponiendo su carácter físico, pero que es utilizada por Foucault sin tener en consideración la peculiaridad del ciberespacio, todavía latente en ese entonces. De todas formas, podríamos repensar esta propuesta foucaulteana a partir de la idea de lugar o espacio real virtual para testear la posibilidad del ciberespacio como heterotopía.

Los principios de la heterotopología y el ciberespacio

Con todo, para llevar adelante con mayor cautela la idea del ciberespacio como heterotopía, será preciso someterlo a los seis principios que rigen la heterotopología foucaulteana. El primer principio indica que la heterotopía trata de una forma común que estaría presente en todas las sociedades a lo largo de su historia (Foucault, 2010b), pero que podría adquirir al menos dos modalidades. La primera de ellas corresponde a las heterotopías de crisis (por ejemplo, colegio, viaje de bodas, geriátrico, etc.), en las que se invita a transitar estados de transición que podrían leerse como críticos a nivel interior o con respecto de la sociedad (Foucault, 2010a). La segunda se refiere a las heterotopías de desviación (por ejemplo, institutos psiquiátricos, prisiones, etc.), en las que se sitúa a las personas que se comportan de formas que van más allá de lo aceptado o establecido por las normas de la sociedad en cuestión (Foucault, 2010a).

El ciberespacio, en cierto sentido, sería una heterotopía de transición porque allí es posible refugiarse mientras suceden todas las crisis internas e incluso aquellas que se podrían tener respecto de la sociedad. Incluso, el ciberespacio pretende ofrecer una espacialidad sumamente propicia para probar estados diversos. Sin embargo, quizá no sea exactamente el espacio adecuado para habitar las transiciones, ya que reclama ciertos posicionamientos demasiado estereotipados. No permite un continuo que transitar y aprender a habitar, sino diferentes discretos en donde posicionarse. De esta forma, a pesar de tener toda la apariencia de un refugio respecto de la sociedad, el ciberespacio parece negar la posibilidad de habitar la transición.

Sin embargo, en cuanto a la heterotopía de desviación, la cuestión se dificulta un poco más. Por un lado, se podría decir que todo aquello que sea marginal respecto de la sociedad tendría lugar en el ciberespacio, sin casi ningún problema. Sería el lugar ideal para lo que está más allá de la norma exigida por la sociedad. No obstante, también es cierto que funcionaría más como un escape para llevar adelante aquella acción marginal que como sitio en donde ubicar a los agentes de la acción, tal y como sí sucede con las prisiones y ese tipo de instituciones.

El segundo principio consiste en que las heterotopías pueden ir adquiriendo funciones distintas a lo largo de su historia, dependiendo de lo que con ellas haga la sociedad (Foucault, 2010b). Ellas pueden desaparecer, reaparecer, ser reabsorbidas o cumplir nuevos designios (Foucault, 2010b). En la actualidad, el ciberespacio se encuentra mostrando esta capacidad, ya que pasó de cumplir la función de depósito de información que posibilitaba internet y la comunicación entre sus usuarios, para comenzar a ejercer el rol de hábitat de las actividades de los seres humanos devenidos avatares, tal y como lo propone el metaverso.

Como tercer principio se afirma que toda heterotopía debe tener la habilidad de reunir diversos emplazamientos que serían incompatibles entre sí en un solo espacio real (Foucault, 2010a; 2010b). Por ejemplo, así lo fueron el teatro, el jardín, el cine, etc. El ciberespacio puede, sin lugar a dudas, cumplir con este principio. Es capaz de emplazar espacios sumamente diversos e incompatibles en un solo lugar, e incluso no para de hacer una y otra vez esta operación.

Sin embargo, el único detalle a tener en consideración es que cada uno de esos entes que se lograrían reunir en el ciberespacio deberá mutar a un estado virtual. Es decir, si bien es cierto que el ciberespacio podría reunir diversos emplazamientos, también debe tenerse presente que ellos no serán exactamente tales, sino las versiones cibernéticas de los mismos. Así, no es lo mismo un estadio para recitales en el universo físico que un ciberestadio para la misma función. Por ende, la capacidad del ciberespacio de emplazar en un mismo sitio espacios diversos e incluso incompatibles es viable y verdadera si nos atenemos a esta condición, en absoluto menor, de que cuando nos referimos a ellos estamos ateniéndonos a sus versiones virtuales, y no a sus versiones físicas. Cabe preguntarse: ¿existen emplazamientos que serían incompatibles entre sí en el ciberespacio? ¿Cómo se constituye esta incompatibilidad?

El cuarto principio, que remite al hecho de que toda heterotopía se conforma de acuerdo a cortes temporales singulares, también tiene una pequeña subdivisión interna (Foucault, 2010b). Por un lado, están aquellas heterotopías eternizantes que buscan acumular el tiempo en su totalidad para reunirlo en un solo sitio (Foucault, 2010b), como por ejemplo los museos y bibliotecas. Pero por el otro, están las heterotopías crónicas que se preocupan por relacionarse con el tiempo en su dimensión más efímera, insustancial, pasajera, frágil (Foucault, 2010b), tal y como serían las fiestas, ferias, festivales, etc.

El ciberespacio pareciera poder acomodarse a estas dos formas temporales de las heterotopías sin mayor problema. En él hay fiestas, festivales, ferias, museos, bibliotecas y tanto más. Sin embargo, vale decir que el ciberespacio como tal parece apuntar, antes que nada, a ser una heterotopía eternizante, que pretender acumular en él todo el pasado, y también no tener dudas de querer acumular todo el futuro, o, al menos, todo aquello que sea factible de ser “dataizable”. Por eso, más allá de lo que efectivamente luego pueda llegar a hacer, el ciberespacio parece estar más cercano al tipo de heterotopía de absolutización eternizante.

En cuanto al quinto principio, es preciso señalar que trata del modo de acceso a los emplazamientos. Podría decirse que hay algunos abiertos, en los cuales se puede pasar sin ningún tipo de restricción (estos serían los menos), y otros cerrados, que deben atravesarse con un gesto, código o ritual. Sin embargo, sería más preciso hablar de sistemas de cerrazón y apertura (Foucault, 2010b), ya que el eje de la cuestión es que estos sistemas conviertan a los emplazamientos en sitios delimitados y reservados, aunque penetrables (Foucault, 2010b). Para acceder a los mismos, se vuelve necesario atravesar un rito, tener una característica o condición, contar con un código, obtener una llave, arrastrar una historia y otras tantas posibilidades. Penetrarlos implica abandonar el afuera, aunque sea por unos momentos.

Pero el quinto principio también refiere a esos emplazamientos que simulan una apertura total pero que, secretamente, implícitamente, conllevan una exclusión (Foucault, 2010b). El ejemplo que menciona Foucault es el de ciertos espacios a los que se puede acceder libremente para tener relaciones íntimas, pero que están situados en lugares específicos y bajo ciertas modalidades con toda la intención de excluir esas actividades, y por ende a las personas que las ejercen, de otros espacios posibles (Foucault, 2010b). En este sentido, el quinto principio también concibe esos espacios abiertos que implican exclusiones implícitas.

En relación con esos sistemas de cierre y apertura, es evidente que el ciberespacio los contiene en su interior y que, al mismo tiempo, él mismo es de esa índole. En definitiva, se necesita obtener acceso a internet y a sus sitios, y esto gracias a todo un sistema de usuarios y contraseñas. Pero lo más interesante es que el ciberespacio se presenta a sí mismo como totalmente abierto. Y aun cuando sea posible obviar que sabemos que no es exactamente así por lo enunciado en las oraciones anteriores, también resulta importante decir que este sería uno de esos espacios que implican exclusiones implícitas. El ejemplo más contundente sería el de la dark web. Pero también sería posible señalar lo mismo si nos atuviéramos a que todo el mundo burocrático que el ciberespacio aloja, y en donde ahora se pueden realizar trámites digitales, en parte consiste en quitar a toda una población (con todo lo que ello implica) de la circulación de ciertos sitios, filas e instituciones (y esto vale tanto para los usuarios como para los empleados).

Por último, el sexto principio deja entrever la existencia de una función específica que tendría la heterotopía respecto de los otros espacios (Foucault, 2010b), que sería, o bien de ilusión, o bien de compensación (Foucault, 2010b). La primera implica la creación de una ilusión que señala como más ilusorios aún los espacios en los que la vida humana se desarrolla diaria y estereotipadamente (Foucault, 2010b). La segunda, en cambio, funcionaría compensando lo que les falta a los otros espacios y que estos parecen imposibilitados para alcanzar (Foucault, 2010b).

El ciberespacio pareciera estar absolutamente alineado con los dos polos del sexto principio. Por un lado, se trataría de un espacio ilusorio real que, de hecho, no para de denunciar como ilusorios todos los espacios en los que la vida cotidiana de los seres humanos se lleva adelante (oficina, escuela, club, etc.). El tipo de enunciados, verdaderos o no, tales como que la pandemia por covid-19 demostró que un sinfín de actividades que se hacían presencialmente podrían realizarse virtualmente, podría ser un claro ejemplo de ello. Pero también podría considerarse el ciberespacio con una función compensatoria, dado que afirma estar ofreciendo resolver aquello que la dimensión física del espacio dificulta o imposibilita.

Reflexiones finales sobre el ciberespacio

Entre todos los artificios magníficamente logrados, el ciberespacio probablemente sea el que mejor funciona como promesa de liberación, ya que parece generar (y en parte lo está haciendo) un nuevo entorno, un nuevo espacio, un nuevo tiempo, con todas las implicancias del caso. Edward Soja insistía en la pregunta por la heterotopología, ya que le sorprendía la ausencia de importancia otorgada a la espacialidad de finales del siglo XX (Soja, 1996). Coincidiendo con él, aunque concentrándonos en el espacio digital y no tanto en el urbanismo, es que aquí estamos repitiendo esas preguntas.

En los tiempos actuales, ya llegando a finales del primer cuarto del siglo XXI, la velocidad de las transformaciones en curso y el impacto subjetivo de todas estas parece tener un efecto similar al detectado por Foucault en aquella magnífica obra de 1966, cuando sostenía que la figura de lo humano parecía estar pronta a disolverse. Una dimensión civilizatoria está en crisis. Es por eso que se trata, también, de una problemática sociológica ciberespacial de primerísimo orden (Dubet, 1989).

El ciberespacio y las posibilidades de agenciarse en él de diversas maneras, como por ejemplo con distintos usuarios o avatares, parecen ofrecer por doquier la alternativa de dejar de ser lo que se era para devenir otros. Sin embargo, dado que su oferta está más cercana a modos estereotipados de estar en el ciberespacio, también es cierto que no generan un acercamiento a las transiciones informes, monstruosas a veces, que los seres humanos transitan. Es decir, el ciberespacio invita a un mundo discreto cuando la historia de la humanidad demuestra haberse concebido en un continuo.

Con todo, la propuesta tecnológica sugiere insistentemente cambiar quien uno es por la posibilidad de devenir otros —y no uno solo— de la más alta variedad, aunque sumamente estereotipados en cada uno de los casos (Negroponte, 1996). La vanguardia tecnológica, por más que ofrezca una propuesta asentada en múltiples y floridos agenciamientos posibles, no parece permitir la tan mentada por Foucault (2003) experiencia desnuda sin modos de ser que es acompañada con una risa placentera y cierto malestar, como la libertad.

Es que hasta aproximadamente el siglo XX los seres humanos se servían de los sueños y de la imaginación para hacerse de utopías en las que, aunque sea por breves momentos, sus vicisitudes y sus problemas de libertad eran resueltos, como la finitud de la vida, la fragilidad del cuerpo, la herencia genética, la implacable violencia de la naturaleza, las leyes de la física y tantas otras. Mientras, en la vigilia, se daban a la ancestral y continua tarea de aprender a vivir con ellas, habitando las tensiones de cada caso. El sintagma “aprender a vivir” tenía así todo su sentido.

Pero con las proclamas de los avances tecnocientíficos los seres humanos se animaron a llevar esos sueños y esa imaginación a la realidad de sus vidas cotidianas, esperando que con la nueva tecnología desplegada acontecieran gran parte de esas liberaciones antes referidas. Es aquí donde se vuelve imperioso retornar a 1982 y releer a Foucault diciendo que “los seres humanos soñaron con máquinas liberadoras. Pero, por definición no hay máquinas de libertad. Garantizar la libertad no corresponde a la estructura de las cosas. La libertad es una práctica” (Foucault, 1982: 18).

A partir de estas palabras puede verse la necesidad de reevaluar el avance tecnológico para sopesar sus virtudes y criticar prudentemente sus prácticas discursivas, en las que explícita o implícitamente se prometen liberaciones respecto de muchas de las problemáticas más ancestrales y nodales de la humanidad.

Con todo, y para ir terminando con el análisis, resulta interesante traer a colación la cuestión heterotópica de los barcos que Foucault menciona sobre el final de su texto Espacios diferentes. Allí señala algo de esas naves que quizá sea también atinado afirmar del ciberespacio:

El barco es un trozo flotante de espacio, un lugar sin lugar, que vive por sí mismo, que está cerrado sobre sí y que al mismo tiempo está entregado al infinito del mar y que, de puerto en puerto, de derrotero en derrotero, de prostíbulo en prostíbulo, va hasta las colonias a buscar lo que ellas encubren de más precioso en sus jardines, comprenderán por qué el barco fue para nuestra civilización (…) a la vez no sólo, por supuesto, el mayor instrumento de desarrollo económico (no es de eso de lo que estoy hablando hoy), sino la mayor reserva de imaginación. La nave es la heterotopía por excelencia (Foucault, 2010b: 81).

La pregunta que podríamos dejar planteada es: ¿podremos decir lo mismo que Foucault señala sobre las naves, pero sobre el ciberespacio? A fin de cuentas, lo hemos visto, la cibernética tiene sus raíces etimológicas en el arte de saber pilotear naves acuáticas. ¿Será el ciberespacio la nave de la civilización futura? ¿O ya lo es? Pero más importante aún, ¿qué tipo de espacialidad la gobierna? ¿Cuáles son las configuraciones que permite el ciberespacio y cuáles son las que regula, prohíbe, aleja, etc.?

Estudiar el (ciber)espacio es estudiar la matriz que gobierna la nave en la que se está embarcando a la civilización del futuro. Sea como fuere, una cuestión sí es segura sobre las heterotopías y también, evidentemente, sobre el ciberespacio: “Uno cree que accede a lo que hay de más sencillo, de más ofrecido, y de hecho se encuentra en el corazón del misterio” (Foucault, 2010a: 29).

Bibliografía

Fuentes

Foucault, Michel (2010a), “Las heterotopías”, en El cuerpo utópico. Las heterotopías, Buenos Aires, Nueva Visión, pp. 19-32, [1966].

----- (2010b), “Espacios diferentes”, en El cuerpo utópico. Las heterotopías, Buenos Aires, Nueva Visión, pp. 63-81, [1967].

Bibliografía referida

Ampère, André-Marie (1834), Essai sur la philosophie des sciences ou Exposition analytique d´une classification naturelle de toutes les connaissances humaines, Tomos I y II, París, Bachelier.

Augé, Marc (1992), Los “no lugares”. Espacios del anonimato, España, Gedisa.

Brignall, Tom (2002), “The new panopticon: The internet viewed as a structure of social control”, Review Virtual Theory and Science, vol. 3, nº 2, pp. 335-348.

Dubet, François (1989), “De la sociología de la identidad a la sociología del sujeto”, Revista de Estudios Sociológicos, tomo VII, nº 21, pp. 519-545.

Foucault, Michel (1976), “Questions à Michel Foucault sur la géographie”, Hérodote, nº 1, pp. 71-85.

----- (1982), “Space, knowledge, power: entretien avec Paul Rabinow”, Skyline, March, pp. 16-20.

----- (2003), Las palabras y las cosas; una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires, Siglo XXI editores, [1966].

----- (2006a), Historia de la locura en la época clásica, Tomos I y II, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, [1961].

----- (2006b), Vigilar y castigar; el nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglos XXI editores, [1975].

Negroponte, Nicholas (1996), Ser digital, Buenos Aires, Sudamericana.

Soja, Edward (1996), Thirdspace, journey to Los Angeles and other real imagined places, Cambridge, Blackwell.

Wiener, Norbert (1948), Cybernetics: Or control and communication in the animal and the machine, París - Cambridge, Hermann & Cie – MIT Press.


1 La cursiva pertenece al original.