Cuadernos del Sur - Historia 46/2, 209-213 (2017), ISSN 1668-7604 ESSN 2362-2997
Belmar, Daniela (2018), A nadie se culpe de mi muerte: suicidios entre 1920-1940, Santiago y San Felipe, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 160 páginas
Julián Arroyo*
Fecha de recepción
16 de octubre de 2019
Aceptado para su publicación
6 de noviembre de 2019
La obra que analizamos en esta oportunidad es una de las investigaciones más recientes relacionadas con el estudio sociohistórico de los suicidios en América Latina. Dentro del conjunto de estos trabajos podemos diferenciar, a grandes rasgos, dos modos de encarar el tema. Los primeros que aparecieron estuvieron dedicados a estudiar los discursos de profesionales e intelectuales, en especial, los de los médicos higienistas y alienistas, entre otros representantes de las elites culturales del siglo XIX. Por otra parte, estudios posteriores comenzaron a indagar las prácticas y las representaciones de la muerte por mano propia entre otros actores sociales, por ejemplo, las clases populares. En este tipo de trabajos, una de las principales fuentes de información fueron los documentos judiciales. A partir de los datos contenidos en estos, estas investigaciones han reconstruido el marco social en el que se produjeron los suicidios y las formas de representar el acto suicida en distintas regiones y diferentes momentos del siglo XIX y las primeras décadas del XX. El trabajo de Daniela Belmar se enmarca en este segundo grupo de estudios. Si bien la autora llevó adelante una adecuada reconstrucción del contexto intelectual, médico y jurídico, su principal objetivo fue más allá de las ideas y marcos morales hegemónicos. De este modo, Belmar se propuso ahondar en los procesos de atribución de responsabilidad por parte de las autoridades, el propio suicida y las personas vinculadas a este último. Así, en base a los testimonios registrados en los expedientes judiciales, la autora buscó identificar las motivaciones y factores que eran mencionados en los casos de suicidio de Santiago de Chile y San Felipe, entre 1920 y 1940.
La obra de Belmar está estructurada en tres capítulos. En el primero, la autora presenta los conceptos y las ideas teóricas que nutrieron su reflexión sobre los suicidios como fenómeno multideterminado. Asimismo, expone las principales investigaciones históricas sobre el tema referidas a comunidades del territorio chileno. En el segundo capítulo, Belmar introduce el contexto sociohistórico de Santiago y San Felipe, entre 1920 y 1940. En el desarrollo de este apartado, la autora pone énfasis en destacar un período en particular, el de la crisis económica posterior a 1929. Al mismo tiempo, en este capítulo se mencionan las principales concepciones y valoraciones que fueron difundidas a través del saber jurídico y médico sobre los sujetos que llevaban adelante actos suicidas. Así, los dos primeros capítulos brindan el marco teórico metodológico y el contexto histórico necesario para que el lector pueda comprender los argumentos y la exposición del capítulo final. En este, Belmar analiza la forma que tomaban las explicaciones de los suicidas, los deudos y las autoridades a la hora de adjudicar la responsabilidad por el acto suicida. Para fundamentar su argumentación, la investigadora presenta, entre otras referencias empíricas, la evidencia registrada en 172 expedientes referidos a casos ocurridos entre 1920 y 1940, 118 correspondientes a Santiago y 54 para San Felipe.
Al leer la obra, podemos constatar que la preocupación central de la autora fue conocer las explicaciones, motivaciones y significaciones verosímiles para los sujetos históricos estudiados. En este sentido, uno de los aportes más interesantes del libro es el análisis de los modos de atribuir la responsabilidad de acuerdo con el género del suicida. Según los testimonios presentados por Belmar, mientras que los varones tendieron a hacerse responsables de su acto suicida y las circunstancias que los motivaron a llevarlo adelante, las mujeres, en cambio, hicieron responsables de sus acciones a otras personas o a factores externos. En el caso de las suicidas, la autora también identificó algunas tendencias: en general, dejaron menos cartas, los testimonios sobre sus actos suicidas fueron más escuetos y, en muchos casos, sobrevivieron a sus intentos de darse muerte. Al mismo tiempo, los suicidios femeninos ocurrieron en medio de un conflicto, mientras que los hombres se suicidaban tiempo después de sucedido el episodio disruptor. Así, los sujetos de género masculino tenían otro comportamiento característico, según Belmar. En general, su acto suicida denotaba una premeditación y planificación: por ejemplo, dejaban cartas dirigidas a la autoridad en las que se hacían responsables del hecho, además de las que legaban a sus deudos.
Por otra parte, en el caso de los hombres, la autora encuentra un modo de asumir la responsabilidad sin mencionar cuestiones íntimas en público. En este sentido, es muy elocuente el análisis que lleva adelante sobre las categorías “aburrimiento”, “neurastenia” y “melancolía”. Por un lado, Belmar asocia este tipo de motivaciones con las formas de caracterizar, entre 1920 y 1940, lo que hoy conocemos como depresión, antes de la aparición de nuevos conceptos del saber psiquiátrico. Al mismo tiempo, también da cuenta del rol que este tipo de expresiones jugaron en la comunicación del suicida con el entorno y con las autoridades policiales y judiciales. En este sentido, fueron un medio para no exponer la vida privada en público, la del propio suicida y la de su entorno familiar. Al mismo tiempo, estas motivaciones no implicaban responsabilidad para los terceros, es decir, los sujetos vinculados al suicida por las relaciones afectivas o laborales. En síntesis, los hombres podían hacerse responsables de su suicidio sin dar cuenta de los aspectos íntimos implicados en la situación. Por otro lado, mientras que en una importante cantidad de expedientes (casi la mitad, según los datos brindados por la autora) la motivación del acto suicida no quedó explicitada, en otros, Belmar pudo identificar un móvil que articulaba la exposición de lo sucedido. En estos casos, el malestar era asociado con alguna de las relaciones sociales conflictivas del suicida: por ejemplo, las suicidas tendieron a hacer responsables a sus parejas o a sus padres de lo sucedido. En algunos casos, los culpaban por romper sus promesas de oficializar la relación o frustrar sus deseos de concretar el enlace matrimonial, un horizonte de expectativas central dentro de los ideales femeninos.
Cómo sucede con la mayoría de los trabajos que abordaron el suicidio desde la perspectiva histórica y social en América Latina, la obra de Belmar deja abiertas una serie de cuestiones e interrogantes para futuras investigaciones. Por un lado, la autora destaca la relevancia que tiene abordar esta temática en los contextos de crisis económicas. Retomando las ideas de Emile Durkheim, Belmar se pregunta por los efectos de la anomia en situaciones como las que vivieron los actores sociales de Santiago de Chile y San Felipe tras la crisis de 1929, y durante los primeros años de la década de 1930. Como Belmar menciona en la introducción, este fue uno de los problemas que motivo en un primer momento su indagación de la documentación judicial. Sin embargo, al corroborar que la cantidad de expedientes conservados para ese período era muy reducida, en comparación al número de suicidios registrados en las estadísticas, la investigadora decidió cambiar el foco de su trabajo. Al mismo tiempo, el análisis cualitativo de los testimonios conservados no le permitía encontrar vínculos directos entre el contexto de crisis económica y las explicaciones verosímiles utilizadas para dar cuenta de los actos suicidas. De todos modos, el interrogante que Belmar deja planteada y su reflexión sobre la misma resultan muy elocuentes. Como menciona la autora, cabe preguntarse si los contextos de crisis (tanto las de miseria como las de bonanza, de acuerdo con el concepto utilizado por Durkheim) modifican de algún modo las explicaciones que dan sentido a los suicidios y el modo de atribuir responsabilidad por parte de los actores sociales.
También cabe destacar que la autora, a través del análisis de las muertes por mano propia, buscó llevar adelante un aporte a los estudios sociohistóricos sobre las emociones. Como manifiesta Belmar en varias partes de la obra, en su indagación de los actos suicidas encontró referencias a formas de caracterizar diferentes estados emocionales. Así, si bien las emociones no fueron el eje de su trabajo, la investigadora pudo identificar que los suicidas, y aquellos que buscaban explicar el comportamiento autodestructivo, hacían referencia a ciertos conceptos vinculados con la cultura afectiva del período. Por esta razón, la autora se detiene a reflexionar sobre el concepto emoción. De este modo, en el primer capítulo, Belmar llevó adelante un muy buen balance historiográfico sobre los debates claves relacionados con el estudio histórico y sociocultural de la afectividad, a partir de preguntas tales como: ¿Qué son las emociones? ¿Son una construcción cultural o son categorías universales? ¿Podemos acceder al mundo emocional de los sujetos históricos o solo hacernos una idea de su representación social? La investigadora se inclina a pensar en una historia intelectual de las diferentes categorías utilizadas para referirse a las emociones (como “amor”, “dolor”, etc.), diferenciando lo que fueron los sentimientos en sí de las prácticas emocionales y afectivas. Así, nos deja una elaborada reflexión sobre los problemas, desafíos y posibilidades del estudio de las emociones desde una perspectiva sociohistórica. Por otra parte, dadas las limitaciones empíricas que plantean los documentos históricos disponibles para conocer los actos suicidas en el pasado, la autora tomó distancia de una historia de la afectividad relacionada con el suicidio y demarcó las explicaciones utilizadas para atribuir la responsabilidad de los actos suicidas como su objeto, contemplando las referencias a las emociones implicadas como un elemento más del análisis. Cabría preguntarse si estudios con una documentación más vasta y con otros referentes empíricos (la consulta de medios gráficos y prensa, por ejemplo) podría avanzar en esta línea de historia intelectual de las prácticas afectivas relacionadas con los actos suicidas que la investigadora deja esbozada.
En síntesis, al leer la obra de Belmar uno puede percibir la tenacidad con que la autora abordó un objeto de estudio, los suicidios, y un conjunto de fuentes, los expedientes judiciales, que muchas veces brindan más desafíos metodológicos y preguntas que respuestas al historiador. Resulta muy acertado que la autora haya decidido incluir referencias al devenir de su investigación, a los caminos que debió dejar de lado y a las nuevas interrogantes que aparecieron a medida que avanzaba con su trabajo. La experiencia que dejó registrada en este libro puede servir de inspiración y, al mismo tiempo, prevenir sobre las dificultades y limitaciones a los futuros investigadores que decidan estudiar los suicidios desde la historia y las ciencias sociales. Al mismo tiempo, la obra nos invita y alienta a seguir indagando el tema de la muerte por mano propia con el objetivo de lograr nuevos avances en una historia de las explicaciones subjetivas del suicidio. Como menciona la autora, frente a una tendencia a descartar o minimizar la influencia de toda variable que no sea la biológica, también consideramos relevante contemplar los aspectos culturales y sociales en torno a los actos suicidas, más allá de los factores individuales, físicos y mentales. Así, como destaca Belmar, conocer el suicidio en diferentes contextos históricos, nos permite pensar con mayor amplitud la realidad de nuestro propio entorno social. Por ejemplo, entender en qué situaciones y por qué era considerado un tema tabú en el pasado, nos ayuda a reflexionar sobre nuestros propios preconceptos de los actos suicidas en el presente. De este modo, la autora logra su objetivo: a la luz de los testimonios y explicaciones del pasado, nos lleva a hacer más conscientes los marcos culturales que nos permiten comprender los suicidios en el mundo contemporáneo.
* Becario Postdoctoral del CONICET. Investigador del Centro de Estudios Sociales de América Latina (UNCPBA -FCH). Correo electrónico: julianarroyo86@gmail.com
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