Contribuciones para una bibliografía de Félix Weinberg. Una lectura desde la historia de la cultura impresa

Matías Maggio-Ramírez*

Cuadernos del Sur - Historia 50 (2021), 152-181, E-ISSN 2362-2997

La construcción de la bibliografía del historiador Félix Weinberg, desde 1952 hasta su fallecimiento en el 2007, implicó una tarea en favor del rescate y la visibilización de su producción. Al analizar las obras de Weinberg se lo ubicó en el contexto historiográfico de su época dentro de la historia de las ideas. Parte de su obra se leyó desde la historia de la cultura impresa para ahondar en detalles ligados a la materialidad de los impresos y la sociabilidad lectora. La bibliografía de Weinberg, que no pretende ser exhaustiva, permite dar cuenta del trabajo de archivo y transcripción de fuentes que realizó el académico para divulgar el acceso a documentos históricos para futuros investigadores.

Palabras clave

Félix Weinberg

bibliografía

historiografía

Fecha de recepción

26 de diciembre de 2019

Aceptado para su publicación

14 de agosto de 2020

* Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Correo electrónico: mmramirez@untref.edu.ar

Resumen

The construction of the bibliography of Félix Weinberg, the historian, from 1952 until his death in 2007, involved a task in favor of the rescue and visibility of his production. When analyzing Weinberg’s works, he was placed in the historiographical context of his time within the history of ideas. Part of his work was read from the printed culture history to analyze the details related to the materiality of print and reading sociability. Weinberg’s bibliography, which is not intended to be exhaustive, allows us to account for the archival research and transcription of the sources that the academic carried out, to disclose access to historical documents for future researchers.

Keywords

Félix Weinberg

bibliography

historiography

Abstract

152-181

Ar

Introducción

La bibliografía enumerativa es una rama de la bibliotecología que se encarga de compilar en un orden lógico y útil listas de recursos, para rastrear allí la información de interés para el usuario (Sabor, 1976). Construir la bibliografía de Félix Weinberg en tiempos de repositorios y bibliotecas digitales parece un gesto anacrónico, pero necesario para analizar su legado1. Las investigaciones de Weinberg en el ámbito de la historia de las ideas del siglo XIX y principios del XX estuvieron ligadas a la recuperación y transcripción de fuentes, y fueron emblemáticas para la historia argentina. Al punto que El salón literario de 1837 se convirtió en una obra clásica en la enseñanza superior y universitaria. Sin afán de exhaustividad, ya que se intuye que la bibliografía que se anexa aún se encuentra incompleta, se trató de reunir la producción intelectual de un autor cuya obra no se encuentra accesible en formato digital2. La Argentina no cuenta con una bibliografía nacional, en tanto inventario de la producción intelectual en soporte papel, por lo que es necesario apostar por la consolidación de un repertorio “como instrumento para el estudio, la información y la investigación” tanto dentro como fuera del país (Bazan, 2006: 15). En suma, es pertinente rescatar la producción anterior a la implementación del International Standard Book Number (ISBN), que desde 1982 otorga la Cámara Argentina del Libro, para complementar el único registro de la producción bibliográfica para las obras con tiradas de más de cincuenta ejemplares3.

Por otro lado, la totalidad de los artículos y capítulos de libros de nuestro autor tampoco están indexados en repositorios institucionales, provinciales ni nacionales. Recuperar el conjunto de sus investigaciones implica visibilizar el amplio espectro de temas que abordó: el periodismo de la primera mitad del siglo XIX, el romanticismo rioplatense, la primitiva literatura gauchesca, el utopismo, los viajeros argentinos a Europa, la cultura obrera, la inmigración y la historia regional bonaerense. La obra de Félix Weinberg se destacó por la originalidad de sus interpretaciones, por la generosidad para con sus pares al reproducir las fuentes primarias, y por la certeza de que con ese gesto podía propiciar nuevas conversaciones.

El objetivo del artículo es destacar la producción de Félix Weinberg en el campo historiográfico argentino, realizar un relevamiento bibliográfico de sus escritos y, a partir de allí, analizar cuestiones laterales a su obra, como lo fueron los temas ligados a la historia de la cultura impresa. Estas indagaciones que realizó a lo largo de sus estudios terminaron por facilitar las preguntas que se hizo una nueva generación de investigadores en los estudios sobre el mundo del libro a comienzos del siglo XXI, cuando comenzó el auge de la historia de la cultura impresa en la bibliografía argentina (Rubí, 2011).

Datos biográficos

Weinberg nació en 1927 en la ciudad de Buenos Aires, aunque pasó su infancia en Guardia Escolta, Santiago del Estero. Asistió hasta cuarto grado a la escuela Láinez para, al año siguiente, en 1943, seguir sus estudios en el colegio Nicolás Avellaneda de Buenos Aires. Su hermano Gregorio había estudiado en esa institución y su hermana Dora había llegado a Buenos Aires ya con el magisterio realizado en Bandera, Santiago del Estero. Egresó en 1950 como profesor de Historia del Instituto Nacional Superior de Profesorado donde ganó el primer premio en el concurso histórico-literario. Fue docente de nivel secundario en el Colegio Nacional de Vicente López y en el turno vespertino se llegaba desde Parque Chas hasta el Colegio Esteban Echeverría de Ramos Mejía. Pronto obtuvo por concurso una cátedra docente en el Colegio Nacional Buenos Aires.

Gracias a la insistencia de Héctor Ciocchini, profesor de la Universidad Nacional del Sur, llegó a Bahía Blanca en 1966 con un contrato de un año a prueba, para incorporarse como docente de historia argentina. En 1969 contrajo matrimonio con la lingüista bahiense María Beatriz Fontanella, que fue una de las críticas más duras de sus libros y, a la vez, la cariñosa destinataria de las dedicatorias. Además de su producción, dispersa en artículos académicos y libros, supo escribir reseñas en revistas que todavía quedan por escardar, como Libros de Hoy (1951-1955), Continente (1954), Revista de Historia (1958) y Revista de la Universidad de Buenos Aires (1960), entre otras publicaciones. Realizó estancias de investigación, consultas en archivos y repositorios documentales en Brasil, Chile, Uruguay, España, Alemania y Estados Unidos, gracias a la beca Guggenheim. En Estados Unidos también experimentó los primeros avances en la digitalización de la información, por ejemplo, al relatar sorprendido cómo lo habían fotografiado y, sin necesidad de revelado químico alguno, su retrato era realizado por una impresora de matriz de puntos4. Visitó archivos y bibliotecas de distintos países y para aquellos que estaban fuera de su alcance supo contar con el auxilio de sus sobrinos y de las bibliotecarias que solícitas contestaban sus consultas por correspondencia. Las pistas de manuscritos y primeras ediciones, como la que halló en Brasil de la obra de Juan Gualberto Godoy, fueron una constante entre las preocupaciones de nuestro investigador.

La publicación de sus obras no estuvo marcada por los tiempos institucionales, las evaluaciones académicas, ni por los humores de su editor, sino por el rigor de las palabras en sus estudios introductorios. Por ejemplo, en 1968 ya tenía preparada la antología de textos de José Mármol con el título Manuelita Rosas y prosas políticas del exilio y recién se entregó a imprenta en el 2001 como Manuela Rosas y otros escritos políticos del exilio. Su estudio preliminar no solo fue pulido durante ese tiempo, sino que incluyó bibliografía crítica hasta poco antes de enviarle el manuscrito a la editorial. A principios del siglo XXI, con una memoria prodigiosa, todavía se cuestionaba por algunas expresiones sobre Juan Hipólito Vieytes en el estudio que escribió en 1955 y publicó un año después en la editorial Raigal5.

El trabajo de investigación para la escritura de El salón literario de 1837 no se realizó exclusivamente en archivos y bibliotecas públicas. Weinberg consultó la Biblioteca Americana de Enrique Tomasich, al que le agradeció por colaborar de manera “constante y generosa” con el trabajo del historiador (Weinberg, 1977). Tiempo después esta biblioteca fue adquirida por la editorial Solar con el objetivo de “convertirla en un centro vivo de una actividad cultural” (Gregorio Weinberg, 1997)6, gracias a las gestiones de Gregorio Weinberg y el apoyo del principal accionista del sello, Rodolfo Schwarz. Los libros y recortes periodísticos recopilados por Tomasich llegaron a la sede editorial de Venezuela 3079 pero antes que se pudieran catalogar y clasificar, un accidente con una estufa generó un incendio por el que se perdió la Biblioteca Americana. El fuego devoró también las páginas que Félix Weinberg había entregado para la publicación de una nueva antología con “el texto original en inglés y su respectiva traducción al español de las entradas que sobre el vocablo ‘Río de la Plata’, Provincias Unidas del Río de la Plata, Confederación Argentina o Argentina (y otras diferentes denominaciones) aparecían en las distintas ediciones de la Enciclopedia Británica desde su primera edición (1768) hasta la de 1910” (Pedro Weinberg, 2020: 324).

En la Universidad Nacional del Sur tuvo a su cargo desde 1971 la cátedra de Historiografía argentina, fue miembro del consejo editor de la revista Cuadernos del Sur y director del Centro de Estudios Regionales que lleva su nombre desde el 2011. En noviembre de 1983 donó a la biblioteca del Departamento de Humanidades los 187 volúmenes del Diario de Sesiones del Honorable Senado de la Nación entre 1854 y 1975. A pesar de las distancias que lo separaban de su familia, amigos y colegas en Buenos Aires, supo con Beatriz tejer nuevos lazos con Jaime Rest, Virginia Erhart y Héctor Ciocchini, cuando eran docentes de la misma casa de estudios. Tal vez su artículo sobre la traducción de la Eneida por Juan Cruz Varela fuera comentado con sus colegas por la cercanía de sus temas. Fue miembro correspondiente por la Provincia de Buenos Aires y luego de número de la Academia Argentina de Historia.

Su casa en el Pasaje Delfino y el departamento que alquiló a la vuelta como estudio estaban sostenidos por libros. Las bibliotecas poblaban las paredes pero también se encontraban en medio de las habitaciones y aún en la cocina. En la entrevista por correspondencia que le realizaron Alejandro y Fabián Herrero (1994) sostuvo que “Bahía Blanca, por sus dimensiones demográficas, características sociales e infraestructura bibliográfica y hemerográfica, es un lugar propicio para emprender proyectos de investigación”. Avanzado el siglo XXI decidió legar su biblioteca y archivo personal a la institución que lo deslumbró cuando llegó a la ciudad por primera vez, la Biblioteca Popular Asociación Bernardino Rivadavia (Weinberg, 2004). En sus últimos días esperaba concretar la publicación de su edición crítica del Facundo de Domingo F. Sarmiento, con abundantes notas al pie que había realizado para un proyecto editorial que quedó trunco como consecuencia de la crisis del 2001, y seguía con las pesquisas sobre una obra teatral de un afrancesado de principios del siglo XIX, que pasó unos años en Buenos Aires, en repositorios españoles.

Un panorama historiográfico

En 1990 se publicó en Buenos Aires un volumen del capítulo argentino del Comité Internacional de Ciencias Históricas en el que se realizó una evaluación crítica de la producción histórica argentina entre 1958 y 1988. La mayoría de las investigaciones de Félix Weinberg se publicaron en ese período, salvo el prólogo a la selección literaria de Eduardo Wilde y el estudio que realizó sobre la economía y la agricultura tardocolonial, en el ensayo dedicado a Juan Hipólito Vieytes, que salieron de la imprenta unos pocos años antes. La historiografía tradicional sostenía que durante el período colonial y la primera mitad del siglo XIX la agricultura no existió. Juan Carlos Garavaglia destacó que poco se había producido en sede académica sin caer en

la exaltación bucólica de un inexistente e idílico “agricultor”, sin ver que los paisanos tan denigrados bajo el ropaje de gauchos, se convertían en algunas épocas del año en los célebres agricultores que tan afanosamente buscaban. En medio de ese desierto, hace más de 30 años. Félix Weinberg [1956] publicó en su introducción a la obra de Juan H. Vieytes, unas páginas que se destacan por su loable intento de rescatar del olvido al tema (1990: 57-58).

En Antecedentes económicos de la revolución de mayo, escrito durante el segundo peronismo, Weinberg realizó la selección de artículos del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes y redactó un abultado y erudito estudio preliminar. En la primera parte abordó la biografía del arequero, su rol como editor del periódico y su desempeño en el proceso revolucionario de mayo de 1810. En la segunda sección, bajo el título “Vieytes y el drama de la agricultura colonial” repuso el contexto económico y social de la campaña bonaerense. Los contemporáneos de Weinberg imaginaron el campo habitado por estancieros feudales y gauchos malentretenidos, con una superpoblación de vacas y ombúes en toda la pampa. No tuvieron en cuenta la situación de la agricultura que englobaba al trigo, al maíz, la cebada, la alfalfa, las huertas con hortalizas y frutales que fueron fundamentales en la economía colonial, como lo demostró Julio Djenderedjian (2008). Tulio Halperin Donghi (2002: 34) sostuvo que la investigación de Weinberg era excelente y Juan Gelman no escatimó palabras al asegurar que fue

el único trabajo que se ocupó del tema de la relación de los campesinos con los pulperos y el mercado en la época colonial es el casi ignorado estudio preliminar de Félix Weinberg a los escritos de Vieytes (...). Allí describiendo el “drama de la agricultura colonial” se hablaba justamente de la relación desigual que debían establecer los labradores con los pulperos y otros intermediarios, de quienes dependían por el crédito y a quienes debían pagar sus deudas en condiciones muy desventajosas y sin oportunidad de avance (Gelman, 1993: 106).

La obra coral Historiografía argentina (1958-1988) recuperó otros aspectos de la obra de Weinberg. Por ejemplo, Fernando Enrique Barba en la “Bibliografía sobre temas políticos 1850-1880” destacó entre las obras que abordaron el período 1868-1874 el trabajo “El presidente electo Sarmiento en Buenos Aires, testimonio del periodismo porteño en 1868”. Desde la historia de la inmigración, Hilda Sabato recordó que “para la migración a la Argentina se cuenta hoy con apenas algunos trabajos que se proponen reconstruir el proceso de formación y funcionamiento de cadenas y ellos se refieren casi exclusivamente al caso de los italianos” (1990: 359). Entre los escritos que recomendaba Sabato se encontraba el artículo “Los abruzeses en Bahía Blanca. Estudio de cadenas migratorias” de Weinberg y Eberle.

Fue Arturo Andrés Roig quien desarrolló un recuento y balance sobre la historiografía de la historia de la ideas en Argentina, e interpeló a nuestro autor desde el campo donde él mismo se situaba. Roig indicó que la delimitación del campo disciplinar era porosa, principalmente por la propia conflictividad de su objeto de estudio y porque fue “una de las más tardías en constituirse entre nosotros” (1990: 535); por lo que decidió englobar en su panorama a la “‘historia intelectual’, ‘historia de las mentalidades’, ‘psicología histórica’ o simplemente ‘historia de las visiones del mundo’”. En ese espacio disciplinar remarcó “la incansable y rigurosa labor de los hermanos Gregorio y Félix Weinberg”, por su “larga aportación de materiales para la historia de nuestras ideas, de modo siempre fecundo” (Roig, 1990: 543). Junto con los trabajos de Natalio Botana, José Carlos Chiaramonte y José Luis Romero, el investigador mendocino destacó El Salón Literario de 1837 y Dos utopías de principios de siglo.

En el cuestionario que Alejandro y Fabián Herrero le enviaron por correo a Weinberg le preguntaron su parecer por el estado de situación de la historia de las ideas, a lo que contestó:

Si bien es comprensible y legítimo que cada estudioso se oriente hacia la parcela de su predilección dentro de la multiplicidad de campos que ofrece la historia de las ideas, entiendo que más allá de esa unilateralidad se debe prestar también atención a los demás aspectos de la disciplina. Ha habido, incluso, durante bastante tiempo, prejuicios, desconexión y hasta menosprecio hacia algunas de las manifestaciones de la historia de las ideas. Así ocurrió, por ejemplo, con la historia literaria y también con la historia política (por cierto que me refiero a las ideas y no a la crónica fáctica), pero esto felizmente se ha ido superando. El estudio que resulta de la interacción de los diversos campos ha enriquecido a la disciplina y va abriendo constantemente nuevas perspectivas” (Herrero y Herrero, 1994: 184-185).

Estos nuevos caminos serían abiertos de manera lateral por Weinberg en las notas al pie de sus libros emblemáticos. A la hora de trazar su propia genealogía, nuestro autor insertó su obra, principalmente aquella que abordaba el romanticismo en el Río de la Plata, como “una ampliación y/o reinterpretación, sobre la base de nuevas fuentes documentales, de temas abordados o sugeridos por los grandes maestros de nuestra historia de las ideas como Ingenieros, Korn y José Luis Romero” (Herrero y Herrero, 1994: 181).

Fernando Devoto y Nora Pagano ubicaron los estudios de Félix dentro del enfoque hegemónico centrado en la historiografía erudita que buscó recopilar, anotar y publicar los documentos al uso de la historiografía alemana (Devoto y Pagano, 2009: 363). En las primeras décadas del siglo XX la emergencia de la Nueva Escuela Histórica renovó la historiografía local al evitar tanto la “historia de familia”, ya que sus integrantes eran descendientes de inmigrantes, como la “historia de facción”. Por lo tanto, se centró en el estudio de fuentes, que fueron rescatadas de los archivos y publicadas de acuerdo a los criterios de Charles Victor Langlois y Charles Seignobos en su Introducción a los estudios históricos (Devoto y Pagano, 2009). Los integrantes de la Nueva Escuela —Rómulo Carbia, Diego Luis Molinari, Emilio Ravignani y Ricardo Caillet-Bois— desembarcaron en el Instituto Nacional Superior de Profesorado a principios de los años veinte y “controlaron las áreas de Historia Argentina y Americana, Introducción a la Historia y Seminario, generando allí también una fuerte y prolongada tradición que proyectó el paradigma sobre la formación de educadores” (Devoto y Pagano, 2009: 153). Weinberg se graduó en esa institución en 1950, cuando todavía estaba vigente el mandato precedente sobre el trabajo en el archivo. Durante la etapa formativa de Weinberg en el instituto, el cuerpo docente estaba integrado por José Luis Busaniche, Claudio Sánchez Albornoz y Abraham Rosenvasser, entre otros investigadores (Herrero y Herrero, 1994: 182).

El historiador en el archivo

La personalidad afable de Weinberg también se reflejaba en sus textos, cuando invitaba a sus lectores al diálogo con la fuente que se transcribía7. Estuvo comprometido con el acceso a la información, por lo que además de analizar documentos, fomentó en sus obras la interpelación directa del pasado al transcribir y anotar las fuentes primarias. Sabía que su lectura podía ser cuestionada pero nunca lo podrían acusar de esconder las fuentes que había puesto en circulación. Por ejemplo, cuando se publicó en la editorial Raigal el análisis y la selección de artículos que realizó del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio argumentó que era pertinente la edición porque la reimpresión que había realizado la Junta de Historia y Numismática Americana, entre 1828 y 1937, había tenido una “circulación restringida a especialistas y bibliófilos” (Weinberg, 1956: 12). La importancia para la historia de la consulta de las fuentes primarias quedó en claro en la nota 67 en la que cuestionó a Enrique de Gandía: “Es asombroso cómo un conocido historiador argentino, que declara haber examinado todas’ las fuentes, afirmase que Belgrano, Castelli y compañía se dedicaron más a tomar mate que a conspirar’” (Weinberg, 1956: 39). Unas notas al pie más adelante, precisamente en la número 69, descartó la existencia de la llamada “Sociedad de los siete” porque había sido desmentida gracias al rotundo “acopio documental” (Weinberg, 1956: 39).

En 1958, el archivo como problema atravesó El salón literario de 1837, principalmente cuando encontró que distintos documentos se almacenaban en colecciones privadas que no estaban abiertas a la investigación, como la de Tomasich y Codesal (Gregorio Weinberg, 1997). En una nota al pie recordó que Rafael Alberto Arrieta poseía un “ejemplar del rarísimo catálogo de la Librería Argentina, que corresponde precisamente a julio de 1835” pero no tuvo acceso a él (Weinberg, 1977: 43)8. La falta de políticas públicas para el resguardo de archivos personales fue una preocupación que se hizo presente en su trayecto como investigador. Merece la pena transcribir en extenso su intervención en El salón literario de 1837 porque poco ha cambiado el panorama hasta la fecha:

Es muy sensible que un archivo particular tan rico para la historia política y cultural del Río de la Plata, como fue el de Florencio Varela, se haya perdido casi totalmente por notoria negligencia de quienes tuvieron la obligación de ser sus fieles custodios o cuando menos personeros de su oportuna cesión al Estado. Muchas lagunas se hubieran llenado en el conocimiento que tenemos de esa época en que fue Varela protagonista de tantos acontecimientos cívicos y literarios; y muchas sorpresas nos hubieran también deparado que acaso disiparían algunos equívocos que rodean a su gestión pública. Una mínima parte de los papeles de Varela se custodian en repositorios oficiales; el resto se ha perdido o está diseminado en manos de particulares que no siempre pueden valorar adecuadamente lo que poseen, y tampoco siempre franquean a los estudiosos interesados en su consulta. Que esta lamentable situación sirva de aleccionador ejemplo para evitar con tiempo la destrucción de muchos archivos privados que aún guardan algunas familias tradicionales (Weinberg, 1977: 74).

Weinberg vivió la dispersión de los archivos cuando en una librería anticuaria porteña tuvo en sus manos una carta de Varela a Manuel Eguía que no pudo adquirir por su abultado valor. Más adelante pudo nutrir su biblioteca de periódicos y correspondencias del siglo XIX, que donó para que esos documentos fueran de acceso público.

En 1997, le dedicó un sentido artículo a su amigo Juan E. Pivel Devoto, a pocos días de su fallecimiento, en la revista Todo es Historia. Su preocupación por el cuidado del archivo en las dos orillas del Plata se hizo explícita al recordar el trabajo del historiador y funcionario uruguayo, que había dirigido el Museo Histórico Nacional de Montevideo. Según Weinberg, Pivel Devoto, desde su cargo, rescató

viejas y derruidas casonas que pertenecieron a figuras históricas, las hizo expropiar —los decretos respectivos los redactaba él mismo—, restaurar y convertir en espléndidos museos públicos tales como las casas de Rivera, Lavalleja, Garibaldi, el Museo Romántico. Hizo adquirir al Estado, por compra o donación, bibliotecas y archivos privados que enriquecieron el acervo no sólo del Museo sino también del Archivo General de la Nación (Weinberg, 1997: 190).

El profundo conocimiento de la historia uruguaya le permitió deambular entre los documentos del Museo y del Archivo Histórico en cada visita que realizó a Montevideo, y en más de una oportunidad acompañado por Beatriz.

La nota al pie era el espacio donde buscar la fuente y la confirmación de un dato, pero también fue para Weinberg el lugar para denunciar la situación del archivo y las bibliotecas en Argentina. Tal vez para contrarrestar la pulsión del coleccionista, que sustrae de la mirada pública un documento en favor de la contemplación privada, es que los fondos biblio-hemerográficos de Beatriz Fontanella y de Félix Weinberg fueron donados a la Biblioteca Popular Asociación Bernardino Rivadavia.

Gaucho entre letras

En la búsqueda de la primitiva literatura gauchesca, anterior a los autores clásicos del género, Weinberg encontró un poema anónimo de 1825 sobre la guerra de independencia. También rescató la poesía del mendocino Juan Gualberto Godoy, que en 1820 publicó en un folleto de pequeña tirada con diecinueve páginas, la Confesión histórica en diálogo que hace el Quijote de Cuyo Francisco Corro a un anciano, que tenía ya noticia de sus aventuras, sentados a la orilla del fuego la noche que corrió hasta el pajonal, la que escribió a un amigo suyo. Nuevamente se descentraba su investigación de Buenos Aires para adentrarse en la prensa mendocina y destacar el periódico El Corazero. La cuestión del archivo no le fue ajena ya que no había en Argentina, hasta la fecha de su investigación, repositorio público que contara con la colección completa del impreso. Gracias a la generosidad de Luis María Firpo Brenta pudo acceder a la prensa, por lo que otra vez ponía en evidencia las falencias en el resguardo del patrimonio biblio-hemerográfico en el país.

En 1963 halló el poema de Godoy en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, entre las obras que vendió Pedro de Angelis. En una tarea minuciosa rastreó los fragmentos que se conocían de la obra de Godoy, tanto por su transmisión oral como los registros escritos de quienes habían escuchado el poema, para sumarlos al estudio de su hallazgo documental.

En La literatura argentina vista por un crítico brasileño en 1844 tradujo por primera vez al castellano el texto de Joaquim Norberto de Souza, Indagações sobre a litteratura argentina contemporânea que se editó en la Minerva Brasiliense. Hizo un análisis del romanticismo brasilero en relación con su contexto, con la biografía del autor en el marco de los estudios sobre la literatura argentina anterior a 1844. Estos estudios cuestionaban a los románticos como los iniciadores de la literatura “nacional”, según lo reseñó Raquel Carranza Crespo (1966) en la Nueva Revista de Filología Hispánica del Colegio de México. Weinberg en 1972 organizó en la Universidad Nacional del Sur un encuentro por el centenario de la primera edición del Martín Fierro en el que participaron Rodolfo Borello, Horacio Jorge Becco, Alfredo Prieto y él mismo. Las conferencias fueron publicadas tiempo después por la editorial Plus Ultra bajo el título Trayectorias de la poesía gauchesca. El capítulo escrito por Weinberg, “La poesía gauchesca de Hidalgo a Ascasubi”, retomó los trabajos anteriores del autor para demostrar la pervivencia de Hidalgo, las analogías temáticas entre las literaturas del espacio rioplatense y las del territorio brasilero de Río Grande, en la emergencia del Santos Vega.

Echeverría

En “Echeverría polemista”, un artículo que publicó en la Gaceta Literaria nº 1 en 1956, sintetizó la disputa por el prestigio literario de Echeverría, que fue cuestionado por Pedro de Ángelis tras la publicación del Dogma socialista. Además de contribuir a la bibliografía de Echeverría, con la publicación que realizó en 1960 en Revista Universidad, continuó su investigación con un minucioso trabajo de archivo. También recopiló las intervenciones de Echeverría en el Salón Literario de 1837, junto con los discursos de Marcos Sastre, Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez, que habían sido leídos en la trastienda de la Librería Argentina. El estudio introductorio de Weinberg, de apenas 114 páginas, se convirtió en un clásico que ha sido revisitado desde diversas miradas y tradiciones tanto de la historia como de la literatura argentina del siglo XIX. El análisis comienza con un breve panorama de la situación en Buenos Aires para la década de 1830, con especial hincapié en el ambiente universitario y en la vida cultural de la ciudad. Una breve historia de la librería de Sastre informa, tras la investigación de Weinberg, que para 1836 ya se había mudado por segunda vez debido a su ampliación, luego de adquirir los fondos editoriales de la librería Duportail. La inauguración en 1833 no solo contaba con un amplio surtido de libros en latín, castellano y francés sino que también tenía a la venta artículos para dibujo y pintura así como de mercería y perfumería.

En su último libro, Esteban Echeverría, ideólogo de la segunda revolución, Weinberg retomó sus investigaciones anteriores, las condensó y actualizó para contar la vida y obra del poeta en su contexto. Se lo dedicó a la memoria de sus padres y de su hermano, que hasta sus últimos días siguió con impaciencia las correcciones de Félix. En su archivo debe estar el ejemplar en el que marcó todas las erratas que encontró en el libro, así como los textos de Echeverría que la editorial cercenó, por una cuestión de costos, del apéndice documental que había preparado originalmente.

Además de Godoy y Echeverría, Weinberg tuvo especial interés por Domingo Faustino Sarmiento, sobre quien elaboró una breve biografía, y los estudios preliminares y notas a los textos Argirópolis y Facundo. También hizo una recopilación de artículos sobre las ideas sociales, que habían sido publicados con anterioridad en los distintos fascículos del Centro Editor de América Latina, así como múltiples artículos y conferencias, que no siempre tuvieron eco entre sus pares.

De la prensa a la cultura impresa

A pesar de que un lector en 1834 comentó en la Gaceta Mercantil su decisión de prohibir la entrada de los periódicos a su casa por considerarlos funestos y venenosos (Weinberg, 1957: 83), nuestro autor le dedicó a la prensa gran parte de sus investigaciones. Esto le permitió adentrarse en el circuito de comunicación y realizarse preguntas sobre la materialidad y circulación del texto que no eran usuales en el panorama de la historia de las ideas a mediados del siglo XX.

En 1952, antes de escribir sobre Vieytes, ya había publicado en la Revista Nuestro Tiempo, que se editaba en la ciudad de Zárate, un breve artículo sobre el periodismo en la época de Rosas, tema que luego retomaría y ampliaría en varias oportunidades. En 1956 salió de imprenta su estudio central sobre el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio y al año siguiente reescribió y amplió “El periodismo en la época de Rosas” para la Revista de Historia que codirigían Enrique M. Barba, Sergio Bagú, Roberto Etchepareborda y Gregorio Weinberg. El artículo comienza con la breve descripción de la quema pública de “varias colecciones de periódicos declarados previamente injuriosos y ofensivos contra las autoridades” (Weinberg, 1957: 81), según informaba el periódico El Lucero de 1830. El diarismo federal, bajo la pluma Luis Pérez, tuvo fácil repercusión gracias a los versos que se publicaban y por la llegada de los correos especiales a la campaña bonaerense. La oralidad y la escritura y la mediación de la lectura fueron problemas que estaban entre las preocupaciones de Weinberg. La libertad de imprenta y su cuestionamiento durante el rosismo, y la tensión entre los periódicos facciosos también dejaban espacio para destacar una práctica de escritura expuesta en el espacio público: la pegatina de carteles.

Además del relevamiento temático de la prensa rosista, Weinberg hizo hincapié en la circulación del Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo. El periódico tuvo una edición trilingüe porque se leía en Inglaterra, Francia y Estados Unidos ya que lo recibían sin cargo legisladores, periodistas y comerciantes allende el Atlántico (Weinberg, 1957: 85). En su libro sobre Esteban Echeverría rescató una sátira del poeta de 1832 con el título “Los periodistas argentinos”, que comenzaba con un interlocutor que buscaba propinarle una zurra a la “turba incipiente/ De bastardos gaceteros”. También coordinó un volumen colectivo sobre el periódico montevideano Comercio del Plata (1845-1848) de Florencio Varela, que circuló en Buenos Aires a escondidas por contener noticias desde las entrañas del poder. En una reseña que se publicó en el volumen 52 de The Hispanic American Historial Review, en 1972, el profesor James R. Levy destacó el ensayo de Félix por realizar un resumen de las ideas de Varela, separarlas de las de la generación del 37 y por destacar su rol de polemista antes que el de filósofo. Sus estudios sobre el periodismo en la primera mitad del XIX los retomaría en el capítulo “El periodismo (1810-1852)” de la Nueva Historia de la Nación Argentina que publicó la Academia Argentina de Historia y la editorial Planeta.

La cultura impresa en Weinberg

De forma transversal a su producción, Weinberg demostró su interés por la materialidad del impreso, su circulación y apropiación por parte de los lectores, en línea con la historiografía de la cultura impresa. Comprendió que era necesario desarrollar una mirada contextual para pensar la cultura letrada en relación con la encarnación material del texto y su circulación en el mercado del libro, poco antes de la publicación de L’ apparition du livre de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin en 19589. En las notas al pie de página de sus obras dejó marcas de su interés por el mercado literario, la tipografía, la imprenta, la prensa y la censura desde una mirada cercana a la tradición francesa. Los estudios sobre historia del libro y las bibliotecas en el Río de la Plata estaban ligados a la perspectiva de la historia positiva, a la mirada del coleccionista y a la descripción bibliográfica (Torre Revello, 1940; Furlong, 1944). Por ejemplo, destacó en una nota al pie la queja de Juan Hipólito Vieytes, editor del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807), por la falta de suscriptores para sostener su periódico (Weinberg, 1956: 26). En la primera sección también rastreó las lecturas de Vieytes, que luego serían transcriptas en su periódico, por ejemplo fue suscriptor del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos —editado en Madrid bajo la atenta mirada del colombiano Francisco Antonio Zea—.

Al igual que Juan Canter (1938), que fue el primer historiador argentino en utilizar la metodología de la bibliografía material para la atribución autoral o temporal de un texto al comparar los tipos de imprenta, Weinberg (1956: 32) también le prestó atención al ámbito material, por ejemplo, al destacar una oportunidad en la que Vieytes se había exculpado por las erratas debido a la voracidad del trabajo en la imprenta. Más adelante recuperó la cita de Vieytes que explicaba a sus lectores la imposibilidad de imprimir la cartilla de agricultura separada del Semanario por la “escasez de letra con que se halla nuestra única Imprenta” (Weinberg, 1956: 123). En las notas al pie rescató el trabajo material de la imprenta al exhumar las quejas de Vieytes por las erratas del componedor y la falta de familias tipográficas.

También destacó la circulación de los impresos en el Río de la Plata y la apropiación de los mismos por parte de Vieytes. Habilitó la sospecha cuando intuyó que el editor no necesariamente conocía a los autores de primera mano sino a través de las publicaciones periódicas españolas que luego eran transcriptas en el Semanario (Weinberg, 1956: 18). En la nota nº 28 dudó de la verosimilitud de las cartas al hermano cura de Vieytes y unas páginas más adelante abrió la puerta para pensar que el editor había utilizado una estrategia retórica, gracias al furor de la literatura epistolar del siglo XVIII, para comunicar los preceptos de la economía política en clave ficcional (Weinberg, 1956: 22). Hacer público un registro privado como la correspondencia fue uno de los tantos ardides que se utilizaba en la prensa del siglo XIX. Al comentar las cartas ficcionales, Weinberg (1956: 18) recolectó una línea de Vieytes en la nota nº 16: “Hace algun tiempo que por consejo de los Medicos, me hé retraido enteramente del comercio echicero de los libros, y que la vida espiritual en que pasé no pocos años se ha convertido al presente en un puro vejetar ...”.

Atento a que la lectura es una práctica que se inserta en espacios, supo reponer aquellos muebles, obras de arte, objetos decorativos y libros que estaban en el Salón Literario y en la Librería de Marcos Sastre a través de los avisos de remate que se publicaron en el Diario de la Tarde en 1838 (Weinberg, 1977: 48). Encontró que, en la librería, además de artículos de papelería y mercería, también se comerciaban manuscritos encuadernados de los apuntes tomados en las clases de Diego de Alcorta en junio de 1838 en la Universidad de Buenos Aires. Un aviso periodístico de junio de 1838 anunciaba el valor del “tomo manuscrito a doce pesos; a igual precio que los Principios del Derecho de Gentes de Andrés Bello” (Weinberg, 1977: 12), cuando el precio promedio de un libro impreso oscilaba entre los tres y cinco pesos, mientras que las ofertas o baratillos de libros costaban alrededor de un peso. Si bien no ahondó más en profundidad sobre la circulación de la escritura manuscrita y su comercialización en tomos encuadernados, dejó una marca para continuar la investigación sobre la paleografía y las artes del libro.

La sociabilidad de la élite letrada estuvo presente no solo en la investigación sobre el salón literario sino desde los primeros textos que le dedicó a Echeverría y a la literatura gauchesca. Es decir, de manera lateral a sus investigaciones, la obra de Weinberg también trató temas ligados a la historia de la cultura impresa, como la materialidad en la imprenta dieciochesca, el comercio librero y su sociabilidad. Fueron literalmente notas al pie en su obra, pero fueron utilizadas como disparadores de nuevas investigaciones.

Conclusión

El gesto anacrónico de reconstruir una bibliografía de un historiador, cuando la totalidad de su producción no se encuentra digitalizada ni indexada en repositorios institucionales o particulares, se puede interpretar como un insumo para la historia intelectual del siglo XX. Rastrear en el corpus del catálogo de obras de Weinberg los prólogos, dedicatorias, agradecimientos, contratapas y las reseñas que esos libros recibieron sirve para reconstruir la circulación editorial, así como la historia intelectual y los temas presentes en un período determinado. Queda para otra oportunidad analizar el universo de las citas que recibieron los artículos de Weinberg, de acuerdo a la circulación de las revistas donde publicó.

Las publicaciones académicas en las que colaboró solo se editaron en papel, tanto en Argentina como en el extranjero. Las instituciones académicas y universidades nacionales argentinas en pocas oportunidades pudieron suscribirse a revistas. Este hecho sería una de las razones por las que su trabajo es en parte desconocido por sus pares y por nuevas generaciones de investigadores locales. Por ejemplo, el artículo “La antítesis sarmientina ‘Civilización y Barbarie’ y su percepción coetánea en el Río de la Plata”, que publicó en México en 1989 en la revista Cuadernos Americanos, fue citado principalmente por investigadores radicados en Estados Unidos. De hecho, Ariel de la Fuente de la Purdue University destacó en una nota al pie de página:

Como dije, la producción crítica sobre un clásico como el Facundo es, por supuesto, enorme y difícil de abarcar para cualquier investigador. Sin embargo, no deja de llamar la atención que el artículo de Weinberg no se cite en el volumen que la Historia crítica de la literatura argentina le dedicó a Sarmiento, trabajo colectivo que contó con la colaboración de 34 autores. Menciono esto porque ese trabajo publicado hace más de dos décadas ya insinuaba una forma diferente y más convincente de encarar el problema, como espero mostrar aquí (2016: 139).

Si bien Félix aparece citado en los primeros tomos de la Historia de la literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik, usualmente se citan sus libros y no sus artículos. Se evidencia así la necesidad de recopilar y visibilizar la producción de nuestro autor para fomentar la revisión biblio-hemerográfica en los estudios sobre el siglo XIX y principios del XX.

Al hurgar en las notas al pie de su obra, tal vez con una mirada sesgada, se encontraron las huellas del interés de Félix por la cultura impresa. Esos detalles que dejó casi al pasar germinaron en otras lecturas e investigaciones. Weinberg no prefiguró el nuevo horizonte de la historia cultural sino que dejó abierto el diálogo, mostró los documentos e indicó aquello que le parecía necesario rescatar en el futuro.

La obra de Weinberg tiene todavía bastante para contar a los lectores demorados en sus notas al pie. Mucho más quedó en su archivo personal. Allí entre sus papeles hay varias perlitas para continuar sus pasos. Su obra se focalizó en la historia de las ideas en Argentina pero en sus notas al pie supo dejar las marcas de su interés por la cultura impresa. A pesar de los cuestionamientos que el propio Félix Weinberg realizaba sobre sus escritos, su obra todavía merece nuevas lecturas. Por esa razón, más allá del afecto, es que se trató de estabilizar su bibliografía.

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(2000), “Antecedentes y evolución del romanticismo argentino”, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, pp 443-468 [(enero-dic. 2000), Separata de Investigaciones y ensayos, n° 50; (13 de abril de 1999), Conferencia de incorporación del académico de número profesor Félix Weinberg].

(2000), “Claudio M. Cueca: un ensayo ideológico olvidado”, en Mendoza, Agustín (comp.), Del tiempo y de las ideas. Textos en honor de Gregorio Weinberg, Buenos Aires, s/d, pp. 477-500.

(2001), “El periodismo: 1810-1852”, en Nueva Historia de la Nación Argentina. La configuración de la República independiente 1810-1814, Buenos Aires, Planeta, Tomo 6, pp. 453-488.


1 Para la realización de esta tarea compilatoria se tuvo presente la propia recopilación de obras entre comprendidas entre los años 1952 y 1991, realizada por el autor, así como los registros bibliográficos sobre Weinberg en las bibliotecas Rivadavia de Bahía Blanca, de la Academia Nacional de Historia, del Congreso de la Nación Argentina, de la Biblioteca Nacional, y de la Universidad Nacional del Sur, y en distintos repositorios digitales. La bibliografía que se presenta en el anexo no es exhaustiva, ya que se intuye que hay reseñas que no se han localizado, por lo que se invita a quienes estén interesados a completarla con nuevos datos.

2 El desarrollo de una bibliografía se puede utilizar como insumo para visibilizar la obra de un autor en plataformas digitales con enlaces persistentes.

3 Aquí nos hacemos eco de las palabras de Claudia Bazán al sostener que “el control bibliográfico nacional sigue sin ser aplicado y con ello nuestro país se priva de los beneficios relacionados con el cuidado de su propia producción editorial y con la difusión de los rasgos de su cultura en los planos nacional e internacional” (2006: 33).

4 Félix Weinberg, comunicación personal, 24 de marzo de 2007.

5 Félix Weinberg, comunicación personal, 24 de marzo de 2007.

6 En el presente artículo se citan obras de Félix, Gregorio y Pedro Weinberg. En los dos últimos casos, se incorpora en la referencia bibliográfica el nombre de pila del autor: (Gregorio Weinberg, 1997) y (Pedro Weinberg, 2000), para facilitar la distinción entre ellos.

7 Anthony Grafton escribió que “solo el uso de notas al pie permite que los textos de los historiadores no sean monólogos sino conversaciones en las que participan los estudiosos modernos, sus antecesores y los sujetos de sus estudios” (1998: 132).

8 Se intuye la pena del investigador que no pudo acceder al documento pero, años después, tras la donación de Arrieta a la biblioteca de la Academia Nacional de Letras, el catálogo fue recuperado y analizado por Alejandro Parada, que escribió: “El presente libro constituye una continuación de estas contribuciones, en especial, del aporte de Weinberg, del que, sin duda, es pleno deudor” (2008: 28).

9 Se entiende aquí por “cultura impresa” al campo disciplinar que aborda la interrelación entre un texto, los procesos que implican su producción material, circulación y apropiación por parte de los lectores (Chartier, 1994).

10 Agradezco a la familia Weinberg el acceso a documentos de su archivo. Se reproduce y amplía la información que Weinberg plasmó en su Currículum Vitae, resguardado en el archivo familiar. Se respetó la ordenación del mismo y se incorporaron los datos de las segundas ediciones y de la paginación de los artículos cuando fue posible, dado que esa información no estaba registrada por el autor del CV. También se sumaron links de acceso digital, en el caso que el material se encontrara en los repositorios institucionales de las revistas donde había sido publicado o alojado en servidores de universidades nacionales o internacionales.