Aspectos etnosintácticos del género en tehuelche
Aspectos etnosintácticos del género en tehuelche
Ana Fernández Garay*
9-29
Resumen Abstract
El artículo relaciona el género en tehuelche o aonek’o ʔaʔjen con aspectos socioculturales de este pue- blo patagónico desde una perspectiva etnosintáctica. En principio se describe brevemente el marco teórico y la meto- dología de trabajo. Luego se explica el sistema de género en tehuelche teniendo en cuenta aspectos fonológi- cos, morfosintácticos, léxicos y semán- ticos. Por último, se transcriben textos de cronistas, viajeros y etnógrafos que muestran rasgos de la vida sociocul- tural de este pueblo patagónico. Por último, se extraen conclusiones sobre la correlación entre la expresión gra- matical y la expresión cultural.
This paper relates the gender in Tehu- elche or Aonek’o ʔaʔjen with the socio- cultural aspects of these Patagonian people from an ethnosyntactic per- spective. First, the theoretical frame- work and the methodology used in this article are briefly described. Then, the gender system in Tehuelche is explained, considering phonological, morphosyntactic, lexical and semantic aspects. Finally, conclusions about the correlation between grammar and cul- ture are drawn.
* CONICET-UBA. Correo electrónico: anafgaray@gmail.com
Cuadernos del Sur - Letras 47 (vol. 1), 9-29 (2017), ISSN 1668-7426 EISSN 2362-2970
Cuadernos del Sur - Letras 47 (vol. 1), 9-29 (2017), ISSN 1668-7426 EISSN 2362-2970
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14 de febrero de 2017
28 de noviembre de 2017
Los tehuelches o aonek’enk ‘gente del sur’ habitan la región patagónica de nuestro país, especialmente la provincia de Santa Cruz. Su lengua, el tehuelche o aonek’o ʔaʔjen (‘hablar sureño’), pertenece a la familia Chon junto con el teushen, el selk- nam u ona, y el haush o manekenk. Salvo el tehuelche, que se halla en un proceso avanzado de retracción, las otras tres lenguas ya se han extinguido. El propósito de este trabajo es vincular los aspectos morfosintácticos del género en esta len- gua patagónica y ciertos aspectos socioculturales del pueblo tehuelche a través de la perspectiva de la etnosintaxis. En primer lugar, se describirá el sistema de género que presenta la lengua siguiendo a Corbett (1999), es decir, estableciendo la asignación del género al sustantivo a partir de reglas semánticas, morfológicas y fonológicas para luego mostrar las múltiples concordancias de género que existen en tehuelche y que manifiestan claramente la importancia que el mismo reviste para este idioma. En segundo lugar, el artículo intenta establecer las relaciones o motivaciones entre el sistema de género como categoría gramatical y los significa- dos socioculturales que los tehuelches le asignan. Finalmente, se exponen aspectos históricos y etnográficos que muestras las relaciones entre hombres y mujeres, y el mundo sociocultural en que se insertan, considerando fundamentalmente la división del trabajo en esta sociedad cazadora-recolectora.
Como sabemos, la categorización es un instrumento que permite al hombre cono- cer el mundo que lo rodea, aprehender una realidad inconmensurable y variada reduciéndola a límites posibles de ser interpretados por el ser humano. Teniendo en cuenta el modo en que una lengua lleva adelante este proceso de categori- zación, se podrá llegar a comprender la concepción del mundo del pueblo que la habla. En las lenguas, se categorizan los lexemas nominales que dividen los objetos del mundo en distintas clases semánticas. Uno de los procedimientos para realizar esta categorización es la llamada “clasificación nominal”, que consiste en plasmar a través de un sistema de afijos gramaticalizados, la concordancia de los distintos sustantivos en otras categorías sintácticas de la lengua, según las clases en que dichos nombres se distribuyan (masculino/femenino o masculino/femenino/ neutro) (cfr. Regúnaga, 2012: 169-170).
La gramática está repleta de significados culturales, y codificadas en la semántica de la morfosintaxis encontramos las pistas que nos permiten comprender la organi- zación social y los valores culturales de una comunidad de hablantes (cfr. Enfield, 2002: 3). Wierzbicka (1988) fue quien acuñó el término “etnosintaxis” a fines de los años setenta, ya que se ocupa de estudiar esta parte de la lengua que codifica en su estructura una visión particular del mundo. Según la autora, la sintaxis
determina hasta cierto punto el perfil cognitivo de una lengua, pues el hecho de que las construcciones sintácticas presenten más frecuencia de aparición que cier- tos ítems léxicos, y que además sean más estables y resistentes al cambio y menos dependientes de factores extralingüísticos, las convierte en fuentes muy valiosas para objetivar los modos de pensar y concebir el mundo de una comunidad lingüística particular. Y agrega que el dominio de la etnosintaxis es igual al de la sintaxis, solo que difiere en la perspectiva en que se ubican los hechos de la sintaxis, pues lo que importa en este caso es la etnofilosofía que se corporiza y manifiesta a través de las estructuras sintácticas (cfr. Wierzbicka, 1988: 169-170).
Enfield (2002) propone una metodología de trabajo que implica por un lado: a) un acercamiento a una descripción de las estructuras morfosintácticas que permita explicitar hipótesis acerca de sus significados; b) una generalización sobre la cultura, sus miembros, prácticas, valores y creencias, lo cual no es algo sencillo porque no hay cultura que sea monolítica, aunque plantea que es posible aproxi- marse a descripciones de ideas asumidas como normales de manera colectiva; c) la relación o unión entre ambos aspectos, una vez logrados los puntos anteriores, ya que debemos correlacionar lo gramatical con lo cultural teniendo en cuenta los fundamentos empíricos, la independencia de estructuras y la coherencia teórica, con el fin de establecer la articulación entre ambos aspectos. Este último paso es el más difícil de alcanzar, por los cambios lingüísticos y culturales que pueden haberse operado a través del tiempo (cfr. Enfield, 2002: 14 y ss.). Destaca este autor que los procesos históricos proveen las bases más sólidas para establecer la conexión entre los hechos gramaticales y los culturales.
Existen tres géneros en tehuelche: masculino, femenino y neutro. Esta lengua presenta distintas formas de asignación de género. En primer lugar, se asigna el género según reglas semánticas (cfr. Corbett, 1999: 1-32):
Son masculinos todos los sustantivos que denotan humanos y algunos animales de sexo masculino. Sin embargo, integran esta clase sustantivos inanimados, como veremos más adelante.
Son femeninos todos los sustantivos que denotan humanos y algunos ani- males de sexo femenino. Hay muy pocos sustantivos femeninos de carácter inanimado.
Son neutros los sustantivos abstractos y los que expresan objetos inanima- dos. En ciertos casos, los neutros pueden ser plantas, frutas o animales que presentan un significado colectivo, partes del cuerpo que se presentan de a pares (riñones, por ejemplo) o el todo de una parte.
Podríamos decir, entonces, que ciertos sustantivos pueden, por su significado, integrarse a las tres clases mencionadas. Los sustantivos inanimados no son fácil- mente clasificables como los humanos y los animales. Los inanimados femeninos no llegan a la docena, y es posible que algunos de ellos no pertenezcan a este género, es decir, que lo hayan adquirido por contacto con el español, aunque actualmente es imposible verificarlo dado el estado de retracción de la lengua. Por lo tanto, el mundo de objetos inanimados se divide fundamentalmente en masculinos y neutros. Ahora bien, la adscripción de estos a una u otra de las clases mencionadas se realiza, en algunos casos, por medio de reglas morfológicas de asignación (cfr. Corbett, 1999: 33-50). Estas reglas tienen que ver con la historia derivacional de los sustantivos. Existen sustantivos que derivan de verbos y que hemos denominado infinitivos. Estos se hallan constituidos por morfemas verbales a los que se agrega el sufijo n1 (o j en contadas circunstancias) para nominalizar- los. Los infinitivos, como los sustantivos, presentan género propio, que se mani- fiesta cuando se combinan con otras clases con las que entran en concordancia. La mayoría de los infinitivos son neutros, aunque xošn ‘viento’, derivado del verbo xoš ‘haber viento’ es masculino.
Ahora bien, los infinitivos que provienen de verbos atributivos pueden recibir la determinación del sufijo de género (cfr. Fernández Garay, 1998: 138 y ss.). En estos casos el infinitivo es determinado por el morfema k para masculino, Ø para feme- nino. Así, el verbo t’ale ‘ser pequeño’ se convierte en el infinitivo t’alen, que es neutro. Al ser determinado por el morfema de género masculino -k se transforma en un sustantivo masculino: t’alenk ‘niño’, o si está determinado por el género femenino -Ø, se obtiene el sustantivo: t’alen ‘niña’. Aquí, se superponen la regla morfológica (el sustantivo es una derivación) y la fonológica, pues solamente el fonema -k nos indica la pertenencia a un género determinado. La ausencia de -k, además del contexto con sus diferentes concordancias, nos indica su asignación al género femenino.
Otro caso de asignación por regla morfológica es el de los sustantivos derivados de adverbios por medio del sufijo k’en cuyo significado es ‘extensión espacial o temporal’. Todos los sustantivos que presentan este sufijo son neutros: ješemk’en ‘primavera, verano’, ʔo: mšk’en ‘habitación’, p’e:nk’en ‘norte’, etc.
Ahora bien, el género con sus tres clases se manifiesta a través de patrones de concordancia en distintas clases de esta lengua, como veremos más adelante, aunque en ciertos casos —poco frecuentes— el sustantivo puede expresar su propio género por medio de morfemas que se sufijan a él. Esto ocurre cuando el hablante siente la necesidad de remarcarlo o destacarlo en su discurso. Así, el
1 La notación empleada en este trabajo es fonológica. Los fonemas de la lengua son: /p, t,
č, k, q, ʔ, p’, t’, č’, k’, q’, b, d, g, G, s, š, x, X, j, w, l, r, a, e, o, a:, e:, o:/.
sustantivo puede aparecer determinado por el morfema sufijado para masculino, e ~ je, o para el femenino o neutro, n ~ ne. También hay sustantivos que manifies- tan su propio género agregando el prefijo k- que indica masculino/femenino: kxe ‘macho’, y ksemwen ‘hembra’.
Hay sustantivos que pertenecen a dos géneros, en cuyo caso el género se corre- laciona con el número, ya que la elección del género aporta información acerca del número. Lo interesante es que los sustantivos pertenecen siempre al género masculino cuando están en singular —nunca al femenino— o al neutro cuando dichos sustantivos se refieren al par, al colectivo o al todo de una parte. Veamos las distintas situaciones:
El cambio de género indica oposición entre la unidad y el par de objetos de la misma especie que así vienen dados en la naturaleza. Así k’aw ‘pie’, ša:n ‘oreja’, čoker ‘bota’, naʔm ‘testículo’, t’a:š ‘cuerno’ son masculinos cuando refieren a la unidad. Cuando el hablante alude al par de ellos, se transforman en neutros.
El cambio de género indica una oposición entre la unidad y el colectivo: t’elgo ‘mosquito’, kaj ‘cuero’, got’ ‘cabello’, par ‘costilla’ son masculi- nos cuando el hablante se refiere a la unidad. Si son neutros indican el colectivo de estos: enjambre de mosquitos, capa (conformada por muchos cueros de guanaco), cabellera (conjunto de cabellos), costillar (conjunto de costillas), etcétera.
Finalmente, la diferencia de género puede informar al oyente sobre la oposición parte-todo. Encontramos los siguientes lexemas:
Masculino (parte) | Neutro (todo) | |
ge:wte | ‘cerro’ | ‘campo’ |
leʔ | ‘agua’ | ‘manantial’ |
čexčex | ‘arena’ | ‘médano’ |
jaten | ‘piedra’ | ‘pedregal’ |
Otro aspecto importante a tener en cuenta en lo que hace al género es el de los pronombres de tercera persona:
Independientes (sujeto) | Dependientes (sujeto y objeto) | |
Sg. | ta: | t-, -t |
Du. | tkta: | tk-, tkt- |
Pl. | tšta: | tš-, tšt- |
Las formas dependientes se prefijan a verbos, sustantivos (como posesivos), adpo- siciones y adverbios. Todas ellas se usan para indicar terceras personas masculinas, femeninas o neutras. Sin embargo, existen otras dos formas dependientes: k- y ʔ- que indican tercera persona indeterminada y que concuerdan en género con las frases nominales sujeto u objeto, según el verbo sea intransitivo o transitivo. La k- indica sexo femenino o masculino, en tanto que ʔ- manifiesta género neutro.
Las formas k- y ʔ- se anteponen a verbos transitivos del Grupo 12, es decir aquellos que exigen un paciente semántico ligado al verbo, en cuyo caso, estos personales deben indexar la frase nominal objeto concordando con ella en género, tal como se observa en los siguientes ejemplos:
k-ajte-š-k’-e počo ‘Lo dejaron a Pocho’ 3 (M/F)3-dejar-EP-MR-M Pocho (M)
ʔ-erno-š-k›-n t - kaj ‘Dejó su capa’ 3 (N)-dejar-EP-MR-N su-capa (N)
Las formas k- y ʔ- conmutan con los demás personales dependientes de primera, segunda y tercera persona. Se emplean estas formas concordantes para indexar la frase nominal objeto.
También se prefijan a verbos intransitivos del Grupo 1 que poseen valor atributivo, según vemos en los siguientes ejemplos:
2 Los verbos transitivos e intransitivos de esta lengua se dividen en ambos casos en dos gru- pos: Grupo 1 y Grupo 2. Los transitivos del Grupo 1 concuerdan en género por medio de los prefijos k- ~ ʔ- (el primero con sustantivos masculinos o femeninos y el segundo con sustanti- vos neutros) con el objeto, en tanto que los intransitivos concuerdan en género por medio de los mismos prefijos con el sujeto. Los transitivos del Grupo 2 no presentan concordancia del verbo por medio de prefijos con los objetos, ni los intransitivos con los sujetos.
3 Se indican las abreviaturas empleadas y sus significados: ADP : adposición; EP : especifica- dor del predicado; F: femenino; INF.: infinitivo; M : masculino; M NR: modo no-real; M R: modo real; N: neutro; P L: plural; TP L: tiempo pasado lejano; VM : voz media; 1, 2, y 3: primera, segunda y tercera persona.
k-ašter-š-k’-e wajenk ‘El pozo es profundo’
F/M- ser profundo-EP-MR-M. pozo (M)
leʔašk’o ʔ-aštere-n ‘El manantial que es profundo’ manantial (N) N- ser profundo-INF
En los intransitivos estos morfemas k- y ʔ- han dejado de expresar una tercera persona para indicar solamente concordancia de género. El siguiente ejemplo es claro:
ʔajo š e-ʔor k-xap’e-š-k’ ‘A lo mejor voy a estar sana’ a lo mejor ADP 1-quizá F/M-estar sano-EP-MR
En (5), k- concuerda con una primera persona femenina, razón por la cual el verbo prefija el índice para femenino/masculino.
Las formas k- y ʔ- se usan asimismo como posesivos prefijados a sustantivos que hemos denominado de “posesión inherente”, provenientes de los verbos transitivos del Grupo 1, los que exigen un poseedor en rol paciente (cfr. Fernández Garay, 2004: 51-53). Tal es el caso del sustantivo: k-eno ‘el que acompaña a alguien o el amigo de alguien’ proveniente del verbo enwe ‘acompañar a alguien’, el que puede ser determinado por una primera persona: j-eno ‘el que me acompaña’, una segunda m -o también una tercera determinada t-. Si el poseedor es neutro, el personal adquiere la forma ʔ-, como es el caso en ʔ-atek’en ‘su cintura’. Este sustantivo proviene del verbo ate ~ a: t’e ‘quebrar algo’, y como la cintura es lo que quiebra el cuerpo, ʔaxk’en (sustantivo neutro en tehuelche), la traducción literal sería ‘lo que lo quiebra (al cuerpo)’.
Estos índices genéricos k- y ʔ- pueden prefijarse igualmente a adposiciones, pre- cisamente las denominadas posposiciones concordantes, formadas por un solo morfema o por derivación (cfr. Fernández Garay, 1998: 298-319). Estas posposi- ciones exigen las formas k- y ʔ- prefijadas a ellas, del mismo modo que los verbos transitivos del Grupo 1 y los sustantivos que de ellos provienen. Lo interesante de destacar es que las posposiciones en algunos casos están relacionadas con los verbos transitivos del Grupo 1, tal como ocurre con awr ‘encima de, sobre’, rela- cionada con awre ‘montar algo o tocar algo’. Así, tenemos los ejemplos:
čexčex k-awr t-xa:-k’-e ‘Él se acostó sobre la arena’ arena(M) M/F-sobre 3-acostarse-MR-M
te:m ʔ- awr t’ep-k’-e lamank - tš ‘Los borrachos escupían sobrela tierra’ tierra(N) N.-sobre escupir-MR-M borrachos-PL
Otro ejemplo es eno ‘junto a, cerca de’, relacionado con el verbo -enwe ‘acom- pañar a alguien’ y el sustantivos eno ‘compañero’ ya visto:
wačen ko:tešp-k’ ka:w ʔ-eno ‘El perro dormía junto a la casa’ perro dormir-MR casa (N) 3 (N)-junto a
En otros casos, la relación con verbos del Grupo 1 no es evidente, pero podemos suponer que dichos verbos se han perdido, dada la reducción léxica de la lengua.
Hemos documentado un tipo de adverbios que exige un personal, al igual que los sustantivos de posesión inherente y las posposiciones ya vistas. Estos adverbios son: e: w ‘en casa’, que fue registrado con las formas j-e:w ‘en mi casa’ y m-e:w ‘en tu casa’. Evidentemente, existiría la forma k-e: w ‘en casa de alguien’ pero no fue documentada. Otro adverbio del mismo tipo es: aw ‘en cama’. Solo se registró la forma w-aw ‘en su propia cama’, donde w- es el personal que indica reflexión.
Debemos destacar el problema del sincretismo4 que de algún modo obstaculizó nuestro trabajo en lo relativo a la adscripción de los sustantivos a determinado género. Las formas –n ~ ne ya vistas pueden concordar tanto con sustantivos femeninos como neutros, en tanto que la forma e ~ je concuerda con masculinos. En otros momentos, el sincretismo se produce entre el femenino y el masculino expresado por el prefijo k-, quedando el neutro explicitado por ʔ- como la forma claramente distinguible, como veremos más adelante. A continuación, nos ocu- paremos de las múltiples concordancias que generan los sustantivos masculinos, femeninos y neutros en el nivel sintáctico, en diferentes clases de palabras:
Los demostrativos: presentan cuatro unidades: wen ‘este’, ʔem ‘ese’, mer ‘ese’ y mon ‘aquel’. Las formas para el femenino son: wen-n ~ wen-ne ‘esta’, ʔem-n ~ ʔe-n-m ‘esa’, mer-n ‘esa’. No se ha documentado la forma mon en femenino. También se puede observar la forma masculina ʔem-e ‘ese’, y la forma neutra wen-ne ‘este’. Como vemos, la forma e indica masculino en tanto que la forma n ~ ne manifiesta el femenino y el neutro. Veamos algunos ejemplos: ʔem-e xalwen (M) ‘ese tigre’, ʔem-n p’e:nk’on(F) ‘esa norteña’, wen-ne-tš oš-ge:wt-ne-tš (N) ‘estos nuestros campos’.
Los cuantitativos: solo tres de ellos: čočeʔ ‘uno’, xawke ‘dos’ y qa:š ‘tres’ presentan concordancia de género. Al determinar sustantivos femeninos adquieren las formas čočeʔn-ne, xao-ne y qa: š-n. Probablemente estas for- mas se emplearan también como neutras, por el sincretismo mencionado más arriba. Los demás cuantitativos no generan concordancias de género, ya que serían préstamos tomados de otras lenguas.
4 Confusión formal que no afecta a las diferencias de sentido.
La clase de los sustantivos en la construcción posesiva: existe una construc- ción posesiva expresada por la yuxtaposición de dos sustantivos: poseído y poseedor. El poseído concuerda en género con el poseedor, agregando la forma n cuando el poseedor es femenino o neutro, y e cuando es mascu- lino. Se emplea para indicar la posesión respecto de partes del cuerpo, de parientes, o de objetos que se hallan relacionados de forma permanente con el poseedor: t-kalomn-e ʔAmečo (M) ‘la hija de ʔAmečo’; t-ʔotel-n e-qon (F)‘el ojo de mi abuela’; t-jaten-e šome? (M) ‘la piedra de la boleadora’.
La clase del especificador del predicado: el sufijo verbal š, denominado “especificador del predicado”, indica con su presencia la existencia de un verbo o de un lexema de otra clase que se ha convertido en predicado, o sea en núcleo de un enunciado. Este morfema concuerda en género con el sustantivo que le sigue. Si el sustantivo es masculino, agregará una e; si es femenino o neutro, agregará n, como se observa en los siguientes ejem- plos: ʔam wene pe-š-n t-kalomn (F) ʔenm ‘Pero la hija de ésta está acá’; ke ʔa:wkeš-e ʔa-tš č’o:nke (M) ‘Dicen que la gente cazaba’; kenajk’er t-xe-š-n jajke (N) ‘¿De dónde salía el fuego?’.
La clase del modo: los modos del tehuelche son tres: k’ ‘modo real’, m ‘modo no real’ y Ø ‘modo imperativo’. En todos los casos, el modo puede variar su forma según el sustantivo que le sigue: agrega e, para masculino y n para femenino y neutro: ʔemaj kšʔe:we-m-e ?ojo-tš (M) ‘Ahí estaban con los ñandúes’; paj t-ma:-m-n t-ka:rken (F) ‘Pues él mató a su mujer’; wen-š- k’-nm-š-ka:w (N) ‘Esta es vuestra casa’.
La clase de los coordinantes: en tehuelche los coordinantes presentan los siguientes morfemas: kew ‘y’, ʔam ‘pero’, xelo ‘pero’, ʔema ~ ʔemaj ‘enton- ces’. Se documentaron las formas kewn y kewe como variantes de kew, lo que indica una concordancia de este con el sustantivo que le sigue, tal como se observa en estos ejemplos: kew-n šewla (nombre femenino) ‘¿Y Šewla?’; kew-e ma:-šm ?alen (M) ‘¿Y tu hombre?’.
A partir de lo expuesto podemos observar cómo la complejidad del sistema de género en el tehuelche manifiesta su trascendencia en la vida sociocultural de este pueblo.
Hemos visto que, en lo que refiere a los elementos que concuerdan en género con los sustantivos, algunos se prefijan, ya como personales ya solo como índices genéricos, a verbos, adposiciones, sustantivos y adverbios, en tanto que otros se sufijan, siempre como índices genéricos, a sustantivos, demostrativos, cuantitati- vos, coordinantes, al especificador del predicado, al modo y aún al mismo sustan- tivo para manifestar su propio género. En las formas prefijadas, podemos observar la oposición entre masculinos y femeninos, por un lado, expresados por k-, y por el otro, los neutros, manifestados por ʔ-. Decíamos que en este caso hay sincretismo o fusión de los géneros masculino/femenino. En las formas sufijadas, la oposición
es entre masculino por un lado, explicitado por –e ~ je, y el femenino/neutro, por otro, plasmado en la forma –n ~ ne. Lo que se observa claramente es que los tres géneros no tienen el mismo estatus. Y lo más importante es que el femenino no tiene forma propia, ya que o bien se funde con el masculino en la forma prefijada, o bien con el neutro, en la forma sufijada. Esto llevaba a la dificultad de tener que determinar el género de los sustantivos teniéndolos que hacer concordar con prefijos y sufijos, ya que si el prefijo concordante para determinado sustantivo es k-, tenemos obligatoriamente que hacerlo concordar con miembros de las clases que presentan los sufijos para llegar finalmente a establecer su género. Además, estas fusiones llevan a la necesidad de que todos los niveles lingüísticos colaboren para la determinación del género.
Si buscamos la explicación semántica que subyace a este sistema gramatical, es evidente que las formas k- y ʔ- fueron motivadas oponiendo animado a inanimado. Con lo cual, si bien el femenino carece de forma propia, lo que conceptualiza la fusión de ambos géneros es el sentido de igualdad entre el hombre y la mujer, ambos seres animados frente a lo no animado. Por otro lado, las formas –e ~ je y n ~ ne se oponen no solo por el género (masculino frente a femenino/neutro), sino también por el número (la unidad frente al par/colectivo/todo). En este caso, el vínculo o fusión entre el femenino y el neutro está conceptualizando la idea de que lo femenino raramente se ve como un elemento independiente, como es el caso de lo masculino, que en ciertos momentos adquiere cierta visibilidad. El caso del femenino podemos ejemplificarlo con la mujer, quien forma parte de una pareja junto a su marido, un colectivo junto a su familia (xem ‘familia’ es un sus- tantivo neutro), y un todo con su comunidad. Obtenido el significado del sistema de género gramatical, intentaremos ver a través de la historia y la etnografía, si los significados de igualdad y fusión entre el hombre y la mujer por un lado y de asimilación de la mujer al par que conforma el matrimonio, al colectivo que da lugar a la familia y al todo que relaciona mujer y comunidad, por otro, puede ser objetivado de manera clara y evidente. Es interesante lo que remarca Hernández cuando, refiriéndose a las “bandas” tehuelches, nos dice: “A este tipo de organiza- ción social pertenecen las sociedades más igualitarias que conocemos” (Fernández Garay y Hernández, 2006: 331).
A través de estudios etnográficos mostraremos la relación entre el hombre y la mujer en este pueblo patagónico, con la finalidad de establecer el nexo entre los aspectos morfosintácticos y los socioculturales (cfr. Chafe: 2002: 104-108). Intentaremos indagar en la literatura existente, del siglo XVI en adelante, para ver cómo se plantea la relación hombre-mujer en la vida cotidiana de la comunidad. Comenzaremos con el texto de Pigafetta (2012), quien es testigo del primer con-
tacto de los españoles con aquellos que Magallanes denominó patagones en el año 1520 en la bahía de San Julián, provincia de Santa Cruz. Así dice el cronista:
Los nuestros les invitaron por señales a que viniesen a las naves, indi- cándoles que les ayudarían a llevar lo que quisiesen tomar consigo. Y en efecto vinieron; pero los hombres, que sólo conservaban el arco y las flechas, hacían llevar todo por sus mujeres, como si hubieran sido bestias de carga (2012: 22).
Ya en el siglo XVIII, Viedma escribe un diario en el que describe la situación de los tehuelches hacia 1780 (en De Angelis, 1837). En él publica sus observaciones sobre la división del trabajo en una toldería tehuelche:
Las mugeres tienen la obligacion de guisar la comida, traer el agua y la leña, armar y desarmar el toldo en las marchas, y cargarlo y descargarlo: sin que para nada de esto le ayude el hombre, aunque ella esté enferma, porque ha de sacar fuerzas de flaqueza. Ademas de esto ha de coser el toldo, que es siempre de cuero de guanaco grande, y tambien ha de coser todos los demas cueros de cama y vestidos (1837: 71).
Desde las descripciones más antiguas conocidas, la mujer es vista como la que realiza no solo las tareas de cocinar, atender a los niños, confeccionar las vesti- mentas, sino también las de armar y desarmar los toldos, cargar todo si se mudan de campamento, etc., en tanto que los hombres se dedican a cazar y a gobernar. Veamos qué dice Viedma con respecto a los trabajos masculinos:
El egercicio ó ocupación ordinaria de los hombres es cazar, para mantener con las carnes sus familias, y hacer del cuero los toldos ó chozas en que viven, y todos sus vestidos: cuidan también de los caballos que tienen, y trabajan todos sus arreos. Sus divertimientos se reducen á jugar á los dados y la perinola, y egercitarse en su modo de batallar y correr parejas á caballo (1837: 71).
Incluso, los comentarios de algunos cronistas exteriorizan cierta visión negativa con respecto a la actitud masculina de dejar los trabajos más pesados a las muje- res, como el de cargar y descargar pesos que están más allá de sus posibilidades físicas, lo que indicaría una actitud de subordinación o sometimiento del sexo femenino: “Van con ellos algunas mugeres para cargar la caza, porque ni aun este trabajo quieren los hombres hacer” (Viedma, 1837: 72).
Un cronista posterior, D’Orbigny (1945), viaja por la Patagonia argentina y des- cribe a los tehuelches asentados en las cercanías de Carmen de Patagones, el 18 de febrero de 1829. Sus observaciones exhiben una actitud discriminatoria ante cier- tos aspectos de la vida tehuelche. A continuación dice lo siguiente sobre el trabajo masculino y femenino: “Las mujeres se encargan de la cocina, de la confección de los vestidos, de las tiendas y de las monturas; los hombres sólo se ocupan de sus armas” (1945: 710). Insiste en la ociosidad absoluta de los hombres, quienes solamente se dedican a cazar “cuando el hambre los apremia” (1945: 710).
Cox es otro cronista que se ocupa del tema cuando recorre las regiones septen- trionales de la Patagonia durante 1862 y 1863. Este nos dice:
Las mujeres en la toldería del Caleufu i otras que hemos visitado no tenían otros trabajos que los própios de su sexo entre jente civilizada. Cuidan sus hijos, hacen la comida, tejen ponchos y preparan cueros de guanacos. Todo esto es trabajo de mujer (1863: 164).
Para la época en que Cox recorre la Patagonia septentrional ya la mujer tehuelche había aprendido a tejer a partir del contacto que mantenían con los mapuches. Así lo dice Lista: “La mujer sabe hilar y tejer la lana, pero su aprendizaje es de ayer nomás: lo debe a la araucana” (1894: 99).
De los hombres nos dice Cox:
Por otra parte son excelentes cazadores, i en sus terrenos abundan los guanacos i avestruces; de esta manera no tienen mucho trabajo para abastecerse de pieles, que en seguida van a cambalachar por aguar- diente a la colonia de Magallanes o a Puerto Cármen (1863: 165).
Otro personaje que convivió con los tehuelches e incluso redactó la primera gra- mática de su lengua, es Schmid, quien misionó por la Patagonia austral entre 1858 y 1865. Sobre los trabajos de hombres y mujeres encontramos distintos párrafos que transcribimos:
La principal tarea de los hombres es la caza, de la que depende el sustento diario –guanacos y avestruces. No tienen día fijo para cazar; salen cuando está terminando o se ha agotados totalmente la provisión de carne. Deciden, entonces, cumplir con su obligación una vez más; un grupo de hombres, cuando no casi todos ellos, se apresta a renovar las provisiones (1964: 178).
En cuanto a las tareas femeninas, Schmid nos dice: “las mujeres, en quienes recae la tarea de armar y mantener arreglado el campamento, deben entonces ayudar en todos esos quehaceres bastante pesados cuando el suelo se halla congelado” (1964: 176). Y agrega: “Si en el campamento hay carne en abundancia, cortan los cuartos traseros en lonjas largas y delgadas, colgándolas de un palo a secar; ésta es tarea de las viejas” (1964: 177).
El trabajo de desarmar el campamento y volver a armarlo una vez llegados a des- tino es también una tarea femenina, pues ellas se ocupan de cargar los caballos ayudadas por sus hijas:
A veces una mujer tiene que cargar tres o cuatro caballos. Cada hija posee su cabalgadura, aunque sólo tenga cinco o seis años de edad; pero siempre es un caballo carguero, el que debe cumplir la función de tal y llevar, simultáneamente, a su pequeña patrona. En estos pre- parativos no intervienen para nada los hombres ni los muchachos; todo el trabajo de cargar recae sobre las mujeres (1964: 181).
Todas las actividades relacionadas con la muerte también recaen sobre las mujeres según Schmid:
Si la muerte sobreviene durante el día, las mujeres (siempre de la familia) proceden de inmediato a preparar el cadáver para entrar a su última morada; comienzan por quitarle la capa de piel que usaba, peinándolo y, a veces, adornándolo con cuentas de colores. Luego lo envuelven en mantas o ponchos cubriendo todo el cuerpo y doblando las rodillas sobre el abdomen, para colocarlo finalmente sobre el cuero del caballo que en vida fuera su cama; allí lo cubre con un pedazo de paño y, colgando a su alrededor una manta a manera de cortina, lo dejan hasta el momento del sepelio. (…). Las mujeres de más edad se visten con ornamentos de luto; sobre la capa de pieles echan un paño rojo, que aseguran sobre el pecho con dos alfileres y por éstos, a su vez, pasan una ristra de cuentas de colores. Luego, rasguñándose la piel con un trozo de vidrio a través de las mejillas y la nariz, hacen brotar sangre suficiente para formar una franja roja que atraviesa toda la cara; otras se lastiman las piernas en forma parecida y haciendo correr la sangre. (…) Proceden entonces a encender la pira que ha de reducir a cenizas cuanto perteneciera al difunto (1964: 184).
Todo el trabajo de excavación, transporte y demás, relacionado con el sepelio es ejecutado por las mujeres exclusivamente; ningún hom- bre o muchacho acompaña al muerto hasta su tumba (1964: 186).
Otro viajero que tuvo una mirada aguda para describir las prácticas socioculturales tehuelches ha sido Musters, quien realizó un viaje desde Punta Arenas a Carmen de Patagones en 1869 acompañando a un grupo de tehuelches cuyas costumbres expone de manera detallada y sin ninguna actitud prejuiciosa. Así, nos dice de las mujeres:
La ocupación más importante de las mujeres en el campamento era la fabricación de mantas de piel, trabajo que merece una descripción detallada. Se empieza por secar al sol las pieles, estaquillándolas con espinas de algarrobo. Una vez secas, se las recoge para rascarlas con un pedazo de pedernal, ágata, obsidiana, o vidrio a veces, asegu- rado en una rama encorvada naturalmente de modo que forma un mango. Luego se les unta de grasa e hígado hecho pulpa, y después se las ablanda a mano hasta hacerlas completamente flexibles; (…) Es sorprendente la energía infatigable con que trabajan las mujeres y la velocidad con que cosen (1964: 246-247).
La mujeres además de hacer mantas, tejen las vinchas para la cabeza (…) Además de esas vinchas tejen de vez en cuando fajas para la cintura y ligas. Muchas de ellas trabajan también los detalles de los adornos de plata, como ahuecar o doblar los tachones, abrir los agujeros y coser esos tachones sobre las cinturas o armaduras según sea el caso. Cosen también las pieles que sirven de cobertores para los toldos, trabajo muy rudo por cierto. Rascan y preparan cueros de caballo para amueblar los dormitorios, pintándolos con diver- sos dibujos; hacen los borrenes de caña, también con adornos de plata muchas veces, con que protegen sus altas monturas, cocinan la comida, trituran los huesos para extraer la médula, cuidan a las cria- turas y acarrean leña, agua; hacen en fin, todas las “tareas caseras”, como dicen los americanos. Se verá pues, que casi siempre están bastante ocupadas (1964: 248).
En cuanto a los hombres, estos se dedican a la caza:
El orden de la marcha y el método de caza que constituyen la rutina diaria son como sigue: el cacique, que tiene la dirección de la mar- cha y de la caza, sale de su toldo al romper el día, a veces antes, y pronuncia una fuerte alocución describiendo el orden de la marcha, el sitio señalado para la cacería y el programa general; luego exhorta a los jóvenes a que vayan a apresar y traer a los caballos y a que estén alertas y activos en la caza (1964: 130).
Ahora bien, los distintos testimonios de viajeros dejan entrever, como decíamos más arriba, una situación de sumisión y obediencia de la mujer al hombre, ya que en general, los cronistas manifiestan que ella sobrelleva el peso de todas las tareas, en tanto que el hombre solo caza cuando debe traer comida al campamento. La otra actividad claramente masculina es la de gobierno ya que ellos son los caci- ques, los que establecen las relaciones con el exterior, razón por la cual se hallan más visibilizados que las mujeres. De todos modos, la autoridad de los caciques no es hereditaria ni ilimitada (cfr. D’Orbigny, 1945: 707), ya que muchas veces pierden su poder y son remplazados por otra figura masculina que se haya ganado por méritos propios el lugar de dirigir al grupo.
Sin embargo, Priegue (1995) nos dice que esta descripción de la división del trabajo en las sociedades cazadoras es estereotipada y nos ofrece una visión total- mente diferente de las actividades de la mujer y de los hombres y de la función de aquella en el grupo social. Según esta autora, existía una complementariedad entre hombres y mujeres que se puede observar a través de distintos autores y sobre todo en los testimonios de Luisa Pascual, su consultante tehuelche (cfr. Priegue, 2007).
En lo que respecta a la actividad de la caza, una vez que los hombres traían las piezas, era común que ellos mismos cuerearan y despostaran a los animales mien- tras las mujeres juntaban y colgaban la carne, “no como dicen algunos que eran las mujeres las que hacían el trabajo grande” (Priegue, 2007: 38).
Más arriba, vimos que las mujeres también se ocupaban de la preparación del charqui (cfr. Schmid 1964: 177) con el que se alimentaban durante los períodos en que era difícil la caza de animales. Por otro lado, también dentro del rubro de la alimentación, las mujeres colaboraban recolectando frutas y plantas que servían para suplir la carencia de carne, tal como dice Musters (1964):
En las lagunas secas de la parte occidental del valle, las mujeres y los hombres también a veces se ocupaban con frecuencia en desenterrar una raíz comestible que crecía en grandes cantidades. (…) cuando se la come cruda tiene un sabor que se parece al de la castaña, aun- que un poco más azucarado. Los indios la cuecen y beben el agua, que es muy dulce. Los dos últimos días de nuestra estancia allí no tomamos sino ese alimento y pescado sacado del río porque no se conseguía carne (1964: 278).
A veces, tres o cuatro de nosotros cruzábamos el arroyo, y atrave- sando un llano ocupado por los caballos y las vacas, buscábamos fresas entre los barrancos de las montañas vecinas o trepábamos a los altos árboles para recoger los insípidos hongos amarillos adheridos a las ramas (1964: 279).
Vemos que los hombres también salían a juntar frutas y raíces comestibles cuando la situación así lo exigía.
La complementariedad de la que habla Priegue puede observarse asimismo en el caso del comercio. Esta tarea era igualmente compartida entre hombres y mujeres. Schmid dice:
Las mujeres hacen tientos con los tendones (del avestruz), y los emplean en coser las capas y otros usos; venden las plumas en la Colonia (de El Carmen), desde donde son enviadas a Valparaíso para la fabricación de plumeros (1964: 181).
Musters (1964) lo atestigua cuando dice:
Además de las mantas de guanaco, que son las más usadas, se hacen otras de piel de zorro, puma, gato montés, carpincho y zorrino: la piel de este último y del gato montés son las más valiosas; pero como a las otras, por lo general, sólo se las considera a los fines del trueque (1964: 247).
Luisa Pascual cuenta que las mujeres de la casa preparaban capas de cuero de guanaco para vender y que sacaban buenas ganancias que les permitían vivir con cierta tranquilidad (cfr. Priegue, 2007: 30). También comenta sobre los mantos de cuero de avestruz que confeccionaba su madre, los que no eran usados por los paisanos pero los hacían para vender a los mercachifles o en el hotel para usar como cubrecamas (cfr. Priegue, 2007: 33), De este modo, la mujer participaba también en la economía del hogar a través de su trabajo.
Priegue (1995) analiza la ceremonia denominada ʔapečk, llamada también “casa bonita”, que se llevaba a cabo cuando las niñas presentaban su primera menstrua- ción; la misma podía durar de dos a diez o quince días. La niña era encerrada en un toldo de matras, preparado para la ocasión. Durante el encierro, la muchacha estaba sola, aunque a veces era acompañada por otras niñas que se reunían con ella para hilar. Solo era visitada por mujeres. Pero si salía en algún momento de la “casa bonita”, debía ser sacada sobre los hombros de algún anciano para que no pisara el suelo. Además, era sometida a un ayuno severo. Solo podía tomar agua y a veces, a escondidas, le daban un poco de sandía para paliar el hambre. Las mujeres mayores le enseñaban cómo debía higienizarse, y los cuidados que debía tener con su cuerpo. Al finalizar el encierro, debía lavarse la cabeza, correr una legua, y buscar leña para el fuego, para lograr más agilidad. Un aspecto inte- resante es la perforación de los nudillos. Así, a Juana Limonao, pariente de Luisa
Pascual, le perforaron los nudillos con una lezna para que saliera trabajadora. A Luisa Pascual le perforaron tres nudillos hasta que fluyó sangre y su madre se sacó sangre a su vez y la mezcló con la de ella para transmitirle su laboriosidad. En esta ceremonia se observa la preparación de la niña para su vida adulta. Ahora bien, Priegue ve en esta ceremonia que festejaba el paso de la niñez a la adultez de la muchacha la importancia que la sociedad daba a la mujer por su contribución a las actividades de supervivencia del grupo.
Por lo demás, Priegue (1995) también plantea que la mujer no era obligada a casarse sino que primero debía consentir la relación con el pretendiente y luego este enviaba a algún hermano o amigo a presentarse con regalos ante los padres de la muchacha para pedir su mano. Esta se convertía en muy buena compañera de su esposo, tal como dice Lista: “La mujer es siempre adicta y fiel a su marido” (1894: 80). Musters (1964) dice del hombre:
El rasgo más delicado de su carácter es su amor a sus mujeres y a sus hijos; las reyertas conyugales son raras, y la costumbre de golpear a la esposa es desconocida entre ellos; por otra parte, la intensa pena con que lloran la pérdida de una esposa no es ciertamente una prác- tica “civilizada”, porque entre ellos el viudo destruye todo su haber y quema todas sus pertenencias (1964: 261).
Este viajero cita a dos indígenas, Paliki y Sam, hijo de Casimiro, cacique de los tehuelches, quienes, al perder a sus esposas, habían destruido sus bienes y se habían abandonado a la desesperación. Otro testimonio lo brinda D’Orbigny (1945), cuando nos dice: “Los patagones aman a sus hijos y a sus mujeres: no aceptan la poligamia” (1945: 712).
Otra tarea que comparten hombres y mujeres es la de ser médicos y/o brujos. El médico o wamenk era el que curaba en tanto que el brujo o šojken (šojwen ‘bruja’) era el que enfermaba (šojon ‘enfermedad’). Sin embargo, si el médico perdía un paciente podían rápidamente considerarlo un brujo, es decir, causante de la muerte del que debía salvar. Así, D’Orbigny (1945) nos habla de una “vieja india, que era, simultáneamente, (…) intérprete de los dioses y médico” (1945: 698). En Fernández Garay (1997) se recoge el testimonio de Dora y María Manchado, quienes mencionan a Kamkcher o Kamkše (Ana Montenegro de Yebes) como una bruja de su comunidad, fallecida para la década del ochenta (1997: 238-239).
Otra visión que nos interesa presentar sobre la complementariedad e igualdad de los sexos es la que nos proporciona Cox (1863), cuando nos dice:
Se ha hablado mucho de la condición desgraciada de las mujeres indias. Creo que hai alguna exajeracion en esto. (…) nunca maltratan a sus mujeres. Con lo que he observado no puedo creer en todas las falsedades que se cuentan sobre este asunto i atiéndase bien que yo hablo de lo que se pasa entre los Pehuenches i Tehuelches i no de los Araucanos a quienes no he visitado. Si se cree a algunas personas, la china tiene a su cargo los trabajos mas penosos: debe ensillar el caballo de su señor, i dueño cuando se le antoja a este montarlo, desensillarle a la vuelta, etc., etc. Error profundo, en cuanto a lo que pertenece a los caballos. El indio nace jinete; no recurre a nadie en lo que concierne a los caballos, sino a él mismo; cuando quiere ir a pasear va en busca de su caballo lo lacea i ensilla (1863: 161).
Y continúa: “Las mujeres tienen influencia en el menaje, además, poseen como los hombres, i tienen sus propiedades particulares”, y cita varios casos en que la mujer es la que posee animales u objetos sobre los cuales tiene poder de decisión para vender o trocar (1863: 161-162).
Además, y esto merece ser citado, D’Orbigny (1945) plantea el gran entendimiento y hermandad que existe entre las distintas tribus tehuelches:
Hasta el presente, los patagones no parecen desunidos entre sí; sus tribus, aunque alejadas unas de otras por muchos centenares de leguas, no dejan de vivir por ello en armonía. (…) sin duda son los salvajes más estrechamente ligados entre sí, lo que hace su fuerza y les asegura el respeto de las naciones vecinas (1945: 707).
Esta última cita demuestra la unión de las distintas bandas que conforman un colectivo único e interdependiente frente a la adversidad del ámbito que habitan.
A través de los distintos cronistas que recorrieron la Patagonia y convivieron con los tehuelches o aonek’enkse podría establecer la relación entre el género gra- matical y la vida sociocultural de este pueblo, ya que, por un lado, la fusión entre lo femenino y lo masculino por medio del prefijo k- estaría mostrando al hombre y a la mujer en pie de igualdad y en una relación de complementariedad frente al mundo que los rodea, conformando una pareja armónica, cuyas tareas confluyen al mismo fin, la supervivencia en un medio hostil. Por el otro, y del mismo modo, la fusión entre lo femenino y lo neutro (n) estaría manifestando la
correspondencia de la mujer con el hombre en la pareja, con sus hijos y demás parientes en la familia y con el resto del grupo en la comunidad, y la función fundamental que ella cumplía para mantener los vínculos familiares y comunita- rios. Esta conectividad de la mujer con los otros da lugar a la cohesión social de la que nos habla D’Orbigny (1945). El hombre puede destacarse como cacique (ʔewʔajnk ‘el que marcha primero’) y sobresalir entre sus pares, pero la mujer es fundamental para sostener la unión grupal en una visión interdependiente de este pueblo patagónico.
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