Las Intercenales de Leon Battista Alberti y la crítica al saber humanista
Las Intercenales de Leon Battista Alberti y la crítica al saber humanista
Mariana Sverlij*
31-46
Resumen Abstract
Señalan Bacchelli y D’Ascia (2003) que, desde la propia elección del título, las Intercenales de Leon Battista Alberti (2003) ponen en evidencia “el estrechísimo nexo entre cultura y sodalitas, una esfera de la conversación refinada, donde la stultitia humana ofrece materia de risa, contraponién- dose a la dimensión oratoria y pública de la tradición ciceroniana” (2003: XXVIII). Tomando en consideración la amplia y polifacética obra albertiana, en el presente trabajo analizaremos los diálogos “El escritor” (“Scriptor”), “El oráculo” (“Oraculum”), “La des- ventura” (“Erumna”) y “El difunto”
According to Bacchelliand D’Ascia (2003), as from the title selected, the Intercenales byLeon Bat- tista Alberti (2003) evidences “the intimate link between culture andsodalitas(brotherhood), a refined conversation circle where human stultitia(stupidity) provides sources of laughter, as opposed to the public and oratorical dimension common to the Ciceronian tradition” (2003: XXVIII). Having considered the wide and versatile Albertanian work, in this paper we will analyze the dialogues “The Writer” (“Scriptor”), “The Ora- cle” (“Oraculum”), “The Misfortune”
* Universidad de Buenos Aires – CONICET. Correo electrónico: svmariana2000@yahoo.com.ar
Cuadernos del Sur - Letras 47 (vol. 1), 31-46 (2017), ISSN 1668-7426 EISSN 2362-2970
Cuadernos del Sur - Letras 47 (vol. 1), 31-46 (2017), ISSN 1668-7426 EISSN 2362-2970
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(“Defunctus”), que integran las Interce- nales, en donde se pone de manifiesto la figura de un intelectual desafortu- nado, que construye un saber ineficaz en términos sociales e individuales. De este modo, si el modelo que suby- ace en el pensamiento de humanistas como L. Bruni es el de Cicerón y su unión ideal de intelectual y de hom- bre comprometido con las vicisitudes de la república, en las Intercenales se delinea un intelectual solitario, víctima de su entorno social y familiar.
21 de febrero de 2017
24 de noviembre de 2017
(“Erumna”), and “The Deceased” (“Defunctus”), which are included in the Intercenales. The latter unveils the concept of an unfortunate intellec- tual who builds up individually and socially inefficient knowledge. Thus, ifthe underlying model in the thought of humanists such as L. Bruniis that of Cicero´s and his ideal union of an intellectual and a man devoted to the vicissitudes of the republic, a solitary intellectual who is the victim of his own social and familiar surroundings is displayed in the Intercenales.
La redacción de las Intercenales (2003) de Leon Battista Alberti (1404-1472) ha sido fechada entre 1428 y 1437. A intervalos, estos pequeños diálogos, relatos y fábulas fueron corregidos, recogidos y distribuidos en once libros que permanecie- ron inéditos hasta que en 1890 Mancini (1882) publicó el manuscrito oxoniense en que se conservaban diecisiete de las cuarenta y un Intercenales de la actual colección. Las veinticuatro restantes fueron encontradas y puestas en circulación por Garin en los años 60 (cfr. Garin, 1964).
Estas breves “piezas” componen, pues, el volumen unitario de las Intercenales, cohesionado por los proemios que anteceden a varios de sus libros: en ellos Alberti defiende el contenido de su mordaz y satírica producción. Señalan Bacchelli y D’Ascia (2003) que, desde la propia elección del título, las Intercenales ponen en evidencia “el estrechísimo nexo entre cultura y sodalitas, una esfera de la conver- sación refinada, donde la stultitia humana ofrece materia de risa, contraponiéndose a la dimensión oratoria y pública de la tradición ciceroniana” (2003: XXVIII), en boga en la Florencia de principios del siglo XV. De este modo, si el modelo que subyace en el pensamiento de humanistas como Leonardo Bruni es el de Cicerón y su unión ideal de intelectual y de hombre comprometido con las vicisitudes de la república1, en las Intercenales se delinea un intelectual solitario, víctima de su entorno social y familiar2. Particularmente, en los diálogos “El escritor” (“Scriptor”), “El oráculo” (“Oraculum”), “La desventura” (“Erumna”) y “El difunto” (“Defunctus”) se pone de manifiesto la figura de un intelectual desafortunado, que construye un saber ineficaz en términos sociales e individuales.
En el presente trabajo nos proponemos analizar las mencionadas Intercenales en el marco de la amplia y polifacética producción albertiana. De este modo, podremos observar cómo el enaltecimiento de la misión del literato en su juvenil tratado sobre las letras (De commodis literarum atque incommodis), la confianza depositada en la pedagogía en su tratado sobre la familia (I libri della famiglia, 1960) o la comprensión del legado cultural de la Antigüedad en sus diez libros sobre arquitectura (De re aedificatoria [1966]) dialogan con la figura desafortunada del estudioso que, en sus Intercenales, señala los límites del saber humanista.
1 Es extensa la bibliografía sobre el tema. Son obras de referencia los trabajos de Baron (1966; 1993), Seigel (1966), Fubini (1992) y Hankins (1995).
2 Para Agnes Heller (1994), la clave del pensamiento de Leon Battista Alberti —tanto en sus tratados de arte como en sus obras literarias— estaría fundada en la propuesta de “vivir sin ilusiones”. Esta propuesta debe comprenderse, para la filósofa húngara, en el marco del Renacimiento, un período histórico-cultural que constituyó “la primera etapa del largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo” (1994: 8) y, por consiguiente, de la des- trucción de “las relaciones naturales entre el individuo y su familia, su posición social y su lugar establecido en la sociedad” (1994: 9). Particularmente, en las Intercenales, se revela la participación conflictiva del individuo en la vida civil, cuyas estructuras antes que contener, forman parte de los ciclos adversos de la fortuna.
La primera de las Intercenales se titula “El escritor” (“Scriptor”) y presenta a dos personajes que reaparecerán en varios de los diálogos siguientes: Lepido y Libri- peta. Esta primera y brevísima aparición de ambos personajes concluye con una sentencia contundente, respecto no solo de la labor del literato, sino también de su público potencial. Así, mientras Lepido revela que ha ocupado sus días con sus escritos (apud meos libellos), buscando adquirir renombre literario (famam… litteris), Libripeta, el cínico aprendiz de letras (literatorum alumnus), denuncia la inutilidad de tal labor en estas “tierras toscanas” (in agro Etrusco), donde reina la ignorancia (ignorantie), la ambición (ambitionum), y la envidia (invidie) (cfr. 2003: 8). Dicho en otros términos, la actividad del literato es reconocida como fútil y vana, en la medida en que se revela incapaz de conmocionar a una audiencia sorda e inescrupulosa.
Ya en 1972, en el volumen 12 de la revista Rinascimento, dedicado al V centenario de la muerte de Leon Battista Alberti, Ponte (1972) dedicaba un artículo a estos dos personajes, “Lepidus e Libripeta”, buscando delinear las características de ambos y encontrar tras ellos los rostros del propio Alberti3 y de Niccolo Niccoli4, respectivamente. De acuerdo con Ponte, Lepidus5, “un inteligente ‘literato’ que busca la gloria”, se choca con la adversidad de las circunstancias y los “falsos estudiosos llenos de envidia o favorecidos por la riqueza” (1972: 237). A esta figura se opone la de Libripeta6,
el cazador de libros, que posee una gran cantidad de ellos, pero a los que también comercializa, sin obtener un auténtico prove- cho cultural, ya que no escribe nada, aún teniendo la ambición de devenir docto, y prefiere culpabilizar a los literatos con su envidia y maledicencia (1972: 238).
3 En la vida de Alberti convergen el interés por las letras y la mala fortuna. No obstante ha- ber sido un hijo reconocido, la fatigosa lucha por la herencia familiar pone en evidencia la ausencia de su plena aceptación dentro de una genealogía donde echar raíces. Ya Girolamo Mancini, en 1882, publicó una biografía de Leon Battista Alberti. Una nueva lectura de la biografía albertiana puede encontrarse en el estudio de Boschetto (2000).
4 Niccolo Niccoli (1364-1437) es una figura ineludible del humanismo florentino del pri- mer Quattrocento, pese a no haber escrito prácticamente nada. Además de rastreador y copista de manuscritos, Niccoli ha sido retratado como personaje en obras como Diálogo a Pier Paolo Vergerio (1401) de Leonardo Bruni, en donde es el encargado de evaluar el panorama cultural florentino de la época y compararlo con los logros artísticos y culturales de la Antigüedad.
5 Que participa en las Intercenales “Religio”, “Somnium”, “Fama”, “Corolle”.
6 Libripeta aparece como personaje en “Scriptum”, “Fama”, “Somnium”, “Oraculum”.
Esta defensa de la “improductividad” del literato por parte de Libripeta es puesta en primer plano en “El oráculo”, donde además se evidencia el desplazamiento de la búsqueda del ser por la del parecer, un tema que se tornará central en la narración latina de Alberti, el Momus (2003)7. En efecto, en “Oraculum”, Libripeta ruega a Apolo:
Libripeta: (…) Te traigo en donación estos libros. Deseo ansiosamente ser considerado culto.
Apolo: (…) para serlo lee atenta y constantemente, día y noche. Libripeta: (…) prefiero por mucho parecerlo que serlo.
Apolo: Entonces, sé difamador de todos los literatos8.
Como se desprende de los diálogos “El escritor” y “El oráculo”, Libripeta mani- fiesta una concreta apatía hacia la laboriosa formación del intelectual quattrocen- tesco, ávido lector e intérprete de lenguas antiguas, y rastreador él mismo, muchas veces, del patrimonio cultural perdido de la Antigüedad.
A contrapelo de esta valoración de Libripeta, en su juvenil tratado sobre las letras, De commodis litterarum atque incommodis, Alberti ensalza la figura del escritor, que “entregado totalmente a las letras, despreciando por ello todo lo demás”, prefiere “dejar de hacer cualquier cosa que pasar un solo día sin leer o escribir”9 (Alberti, 1991: 34). Siguiendo esta dirección el sabio afirma su distinguida natu- raleza humana, ya que
7 Alberti escribe Momus entre 1443 y 1450. El texto fue transmitido a través de cuatro ma- nuscritos del siglo XV, dos ediciones impresas en Roma en 1520 y una vulgarización en Venecia de 1568. Es de destacar, también, una temprana traducción al castellano, en 1568. Expulsado del cielo por sus críticas a las creación divina (el mundo), el dios Momo de Alberti aprende en la Tierra el arte de la simulación. En esta narración, por otra parte, el personaje que resulta divorciado del tejido social no es el hombre de letras sino el vagabundo; personaje que rechaza explícitamente la labor del estudioso, adscribiendo, en su lugar, a la filosofía cínica.
8 “Libripeta: (…) Hos libros dono affero. Aveo videri litteratus. Apollo: Sis. Atqui ut sis noctesque diesque assidue, lectitato. Libripeta: Tedet longueque malo videri, quam esse. Apollo: Omnium ergo litteratorum obtrectator esto” (Alberti, 2003: 92). Las citas latinas reproducen la edición de Bacchelli y D’Ascia (2003). Para su traducción al castellano, que nos pertenece, hemos tomado como referencia la traducción italiana efectuada por estos mismos estudiosos.
9 “ego autem, qui me totum tradidi litteris, ceteris posthabitis rebus, omnia posse libentus debeo quam diem aliquam nihil aut lectitando aut commetando preterire” (Alberti, 1976: 37-38). Las citas en castellano reproducen la traducción de Alejandro Coroleu (Alberti, 1991). Para las citas latinas nos remitimos a la edición de Laura Goggi Carotti (Alberti, 1976), quien fecha el texto de Alberti hacia 1428.
no solo el hombre se distingue en muchos aspectos por encima de todos los demás seres vivos, sino que sobre todo es con mucho superior, ya que goza de una cierta capacidad de conocimiento y de raciocinio, gra- cias a la cual podemos fácilmente persuadirnos de que la mente humana no es diferente por naturaleza a la de los seres del cielo (1991: 87)10.
Este ideal de sabio, sin embargo, tampoco se adapta al modelo planteado por la denominada segunda generación de humanistas de la Florencia de inicios del 400, ya que, al entregarse enteramente a la “misión superior” de las letras, el estudioso albertiano se ve obligado a rechazar las contingencias de la vida civil. Es así como, a pesar de darse cuenta “de que no habría ningún género de vida cuyas penalidades y fatigas superaran las propias del literato y de que la vida de los estudiosos no se veía favorecida por la bondad de la fortuna”11, el estudioso del tratado albertiano se inmola12 para proseguir una misión mayor que se presenta, antes que como un mandato externo, como un impulso interior, irrenunciable.
De lo antes dicho podemos esbozar una primera conclusión: si en el tratado albertiano sobre las letras el estudioso tiene una misión que otorga sentido a sus penalidades, las Intercenales se lo arrebatan, catalogando su labor como un esfuerzo inútil para una sociedad envilecida, a la que el propio aspirante a literato acaba por parecerse13.
10 “Ceterum cum reliquis animantibus omnibus homo in multis rebus excellat, tum vel maxime longe superior est quod cognitionis et rationis vi quadam fruitur qua facile persua- deri potest hominum mentes esse natura ab celestium genere non alienas” (1976: 98-99). 11 “(…) quod perpendi admodum nullam fore vivendi viam quam laboribus et anxietatibus ista ipsa litteratorum institutio non exsuperet, a quave vita studiosorum non longe facilitate fortune superetur” (1976: 45).
12 Montalto, en esta dirección, ha observado cómo la autoexclusión del estudioso representa, ante todo, una “dolorosa renuncia”: “Los placeres a los que renuncia el joven estudioso no son en absoluto reprobables, no inclinan al vicio: son placeres de por sí correctos, urbanos, dignos de aprobación; todo aquello que concierne al mundo “otro” es expresado en términos positivos
—alacritas, honos, res elegantes, amoenae, dignae—, que contrastan con las cualidades opues- tas y negativas que son atribuidas al literato (tristitia, vituperium, domi sese occludere) (…) el abandono de la sociedad humana resulta para el estudioso una dura necesidad, y una renuncia dolorosa (…)” (Montalto, 1998: 68). Ha señalado también Montalto: “La reafirmación de la misión ascética del literato es de gran relieve, en cuanto sigue la larga y específica exposición de todos los obstáculos que se interponen entre el ideal del sabio (fruto de una ecléctica mezcla de sugestiones epicúreas —rechazo de la vida política—, estoicas —desprecio de la apariencia y de los bienes de la fortuna— y apologético-moralistas —la polémica contra las mujeres y el matrimonio—) y su concreta traducción a la realidad mundana” (1998: 78).
13 Una prueba de ello la ofrece también el breve relato “Pupillus”, que integra las Interce- nales. “El pupilo” relata la mala fortuna del estudioso Filiponio, huérfano a corta edad y, en adelante, maltratado por sus parientes que no avalan una vida dedicada a las letras, en de-
La mala fortuna del estudioso es el tema presentado en el diálogo “La desventura” (“Erumna”), en donde el literato no se mimetiza con su entorno social sino que deviene su víctima privilegiada. Filiponio, un escritor abatido por la depresión (aegritudo), dialoga con un amigo sobre la ruina de su familia, su descrédito social y su desbaratamiento patrimonial, que han supuesto, desde su perspectiva, un obs- táculo para su carrera en el mundo de las letras. En efecto, en la ruina económica tras la pérdida de la herencia familiar por los nefastos manejos de sus parientes, Filiponio pierde su círculo de influencia para presentar, promocionar o financiar sus producciones culturales. Lamenta en este sentido que su suerte difiera de la del acaudalado pero vil Triscataro. El nudo del diálogo “La desventura”, de hecho, se constituye en torno al conflicto entre elite social y elite intelectual, vale decir, en torno a la antítesis entre “el rico” (Triscataro) y “el literato” (Filiponio), cuyos bienes simbólicos deben compensar la ausencia de bienes materiales. Así, en la búsqueda de una comprensión global de la penosa suerte de Filiponio, su amigo e interlocutor, asumiendo la voz de la Fortuna, lo amonesta a que vea su situación desde otra perspectiva. En primer lugar, le reprocha:
trimento de los negocios familiares. En este contexto, Filiponio se constituye en el referente de la máxima “La fortuna siempre es desfavorable a los hombres justos [rectis viris fortunam semper esse adversam]” (Alberti, 2003: 13). En “El pupilo”, sin embargo, a esta hostilidad familiar se contrapone la piedad que genera el joven en los otros “hombres respetables [viri optimi]” de su ciudad. Esta permutación de expectativas respecto de los roles de “pro- pios” y “extraños” encuentra su cúspide cuando el joven literato enferma y, movidos por la piedad (pietate), los extraños (extranei) consuelan al enfermo “abandonado de los suyos propios [destitutum a suis]” (2003: 14). Hostigado por los más próximos y amparado por los extraños, Filiponio se apronta a afrontar estoicamente su mala fortuna. Pero es finalmente su propia voluntad la que resulta resquebrajada cuando, cansado de soportar las injusticias sufridas, decide heredar su maldición a todos los pupilos. Así, reclama: “Les ruego, dioses sumamente misericordiosos, que en el futuro ningún pupilo obtenga una mejor fortuna que la mía, que los pupilos no hallen clemencia entre sus conciudadanos, piedad entre sus familiares, lealtad entre los más próximos parientes, afecto entre los hermanos”, por el contrario, profesa el desafortunado estudioso, que vivan inmersos en “odios, insidias, enemistades, calamidad y miserias [Obsecro, o piissimi superi, ne quis posthac pupillus commodiorem sibi, quam ipse pertulerim, fortunam obtigisse gaudeat, nullam pupilli apud suos cives humanitatem inveniat, nullam inter suos affines pietatem comperiant, nullam apud coniunctissimos fidem sentiant, nullam apud fratres caritatem reperiant; sed contra adsint pupillis omnia plena odii, insidiarum, inimicitiarum, calamitatum et miserie]” (2003: 18). De este modo, si la máxima “La fortuna siempre es desfavorable a los hombres justos” iniciaba el relato, este se concluye reflejando la ausencia de toda batalla librada por el in- dividuo contra su suerte y, finalmente, la certeza de su imposible redención. En ese mismo acto, “El pupilo” determina la ruptura del lazo entre el “yo” y los “otros”, buscando, en su ruego final, multiplicar el daño y la condena para que, como en el infierno dantesco, su triste experiencia se repita una y otra vez.
Dime, por lo demás, realmente, ¿qué te propones? (...) ¿quieres que te enriquezca, mientras que tú estás sentado noche y día, en lugar de haciendo negocios, cultivando las letras, despreciando toda ventaja y ocasión de ganancia y subordinándola al estudio?14.
En esta dirección, el ejercicio siguiente consiste en cambiar ambas suertes, la del rico Triscataro y la del desafortunado Filiponio:
Él te dará un patrimonio inmenso (divitiarum… maximam); tú, en cambio, un gran cantidad de conocimientos raros (rerum rarissima- rum cumulum). Él te hará tener prestigio social (statum) y el favor del príncipe (principis gratiam) (…), tú (le darás un) nombre ilustre (splendidum nomen) (2003: 316).
Frente a este desafío, Filiponio acaba por aceptar estoicamente su (mala) fortuna, en primer término, porque llega a comprender que, de acuerdo con la lógica mundana, alguien que sea al mismo tiempo rico y amante del saber (studiis et doctrina delectetur) estará atormentado por numerosos vicios (vitiis), y, en segundo término, porque “es de persona prudente desear ser quien se es”15.
Pero qué es prueba de sabiduría y qué no lo es resulta difícil de discernir en “El difunto” (“Defunctus”), el más extenso de los diálogos que integra las Intercenales, y que circuló también de forma independiente. Neofrono, el recién fallecido que dialoga con su antiguo amigo Politropo, reúne los ideales de pater familias, ciu- dadano ejemplar, coleccionista de libros antiguos y literato él mismo. Habiendo tenido, sin embargo, la oportunidad de contemplar su propio velorio advierte los engaños de su mujer, la alegría de sus hijos, la maldad de sus vecinos y la rapiña
14 “Ceterum, tu demum, age, quid tibi vis? (…) Visne te divitem et locupletem reddam, dum ipse non questui faciendo, sed litteris ediscendis dies ac noctes assideas, dum tu omnem lucri faciendi rationem et occasionem longue spernas atque pre disciplina posthabeas (...)” (2003: 312).
15 “Itaque sic statuo prudentis esse, se velle eum esse qui sit” (2003: 320). “Ya en Alberti, uno de los primeros moralistas ‘laicos’ de la edad moderna (señalan Bacchelli y D’Ascia), el estoicismo favorece una racionalización del comportamiento que acepta como dato que no se puede eliminar el sistema de valores irracionales propio del mundo circundante” (Bachelli y D’Ascia, 2003: XLIII). Es por ello que Filiponio opone a los vaivenes irracionales que gobiernan la vida un principio de estabilidad, solo posible de conseguirse mediante un cambio propiciado al interior del individuo.
de sus parientes, que saquearon su biblioteca y destruyeron sus escritos. Neofrono, pues, representante de la reunión ideal de hombre de letras y ciudadano compro- metido, llega en el Hades a las siguientes conclusiones: 1) el carácter efímero de todo aquello que los hombres creen estable y duradero, particularmente, los bienes culturales y 2) la stultitia universal, “de la cual es prueba su propia vida” (Bacchelli y D’Ascia, 2003: 351). Ambas conclusiones toman como caso paradigmático el cultivo del saber, y verifican que, difuminada la línea que separa la sabiduría de la necedad, queda como única respuesta la aprehensión cómica de la vida.
En cuanto a la primera conclusión, Neofrono, siguiendo y ampliando la argumen- tación de Libripeta en “El escritor”, se demora en la inutilidad de la escritura que hiciera en vida de unos Anales, calificándola como futiles labores. De este modo, la búsqueda de sabiduría deviene un comprobado ejercicio de necedad: “He sido un necio (stultissimu) en gastar mi vida en vano (frustra etatem consumpserim mea)” (Alberti, 2003: 394), afirma. Como una respuesta airosa al tratado albertiano sobre las letras, sostiene el difunto:
porque pensaba que mi trabajo (vigiliis) me habría otorgado numero- sos provechos (premia) (…). Cuántos años me esforcé en escribir (…) cuántas noches de insomnio [noctes insomnes] (…) creía que debía soportar el hambre, la sed, el sueño, el frío y el calor [famem, sitim, somnum, frigora caloresque] (…) para vivir entre libros [inter libros] y emplear días enteros y veladas larguísimas estudiando16.
Sin embargo, concluye Neofrono, “¿considerarías sabio (sapientem) a alguien que con constancia, pasión, esfuerzo y perseverante empeño persistiese en una actividad de la que no extraiga ningún fruto ni recompensa?”17. Cierto es que su tesis es rebatida una y otra vez por su difunto amigo Politropo, que defiende el esfuerzo filológico llevado a cabo en vida por Neofrono:
me acuerdo y considero muy meritoria tu incansable diligencia y habilidad para buscar, reunir y estudiar con profundidad todos los
16 Reproducimos la cita completa en latín: “Quoniam existimaram meis vigiliis futurum, ut amplissima premia redderentur (…). At quot annis eo meme laborioso confeci opere, quam vastas vigilias, quantas noctes insomnes pertuli, quotiens etiam necessitati mee bonas ademi cenas! Me ideo ignavum, qui animo induxeram officium viri esse famem, sitim, som- num, frigora caloresque despicere ac reliqua omnia dura perpeti, modo inter libros degerem totosque dies atque integras et eternas noctes litteris consumerem!” (Alberti, 2003: 394). 17 “Tune sapientem hunc putabis, qui acri assiduaque opera et flagranti studio et sempiter- no labore et pertinaci contentione in ea re perstiterit, ex qua quidem neque fructus, neque mercedem, neque premia ulla excipiat?” (Alberti, 2003: 396).
sucesos significativos (…)18. ¿Deberías juzgar inútil tu esfuerzo para transmitir por escrito palabras y acciones ejemplares, con las que otorgabas honor y renombre a los tuyos y dejabas a las futuras gene- raciones la forma de devenir más instruidos y virtuosos gracias a tus labores19?
De los dos interlocutores, sin embargo, ninguno lleva la entera razón. Así, la tesis optimista de Politropo es puesta en entredicho por la experiencia vital relatada por Neofrono y, singularmente, por el fracaso de la educación que este infunde a sus hijos. En efecto, el difunto relata cómo, a pesar de las fatigas y de las esperan- zas, lejos estuvo de poder hacer de ellos “ciudadanos ejemplares (civem futurum pronosticabamur)” (2003: 378). Es más: al modo del Próspero de La Tempestad de Shakespeare, mientras consumía el tiempo en sus escritos, pasaba desadvertida la decadencia de su familia y de su comunidad.
Este fracaso pedagógico va en detrimento de la esperanza guardada en la edu- cación de los hijos en el tratado albertiano Della Famiglia, cuyos tres primeros libros fueron compuestos en Roma antes de 1434, y por tanto, son contempo- ráneos en su redacción a las Intercenales. En efecto, I libri della famiglia–“—“el último intento de proyectar (al decir de Bacchelli y D’Ascia) ‘la misión del docto’ sobre un fondo explícitamente civil” (2003: XXXVII)— se ubican en un horizonte optimista, en la medida en que constatan la posibilidad de una comunicación efectiva entre los hombres y la transmisión de esta comunicación, a modo de legado, que asegura su estabilidad y perduración en el tiempo. Las circunstancias del diálogo son penosas: Lorenzo Alberti, el pater familias, está a punto de morir y reúne a los jóvenes Alberti en su lecho de muerte. El objetivo es la transmisión de un legado simbólico: la continuidad de la familia por medio de la transmisión de unos valores que, generación tras generación, la han aglutinado y que incluye la confianza en la enseñanza de los padres a los hijos, en el cultivo del estudio y del trabajo, en una palabra, su conservación en el tiempo. De un modo opuesto, el fracaso de la comunicación entre padres e hijos adelanta en “El difunto” el ocaso de un diálogo con implicancias culturales mayores, cuyo ejemplo paradigmático es el de los bienes culturales destruidos o extraviados de la Antigüedad. En este contexto, cuando Neofrono relata cómo sus parientes asaltaron su biblioteca, y se repartieron sus códices griegos y latinos, haciendo desaparecer sus propios
18 “Teneo id teque laude ex ea re dignissimum puto, quem ad omnes memoria dignas res investigandas, colligendas ac perdiscendas nunquam vidi esse non solertissimum atque diligentissimum” (Alberti, 2003: 394).
19 “Frustrane id factum quod fecisti arbitrer, dicta preclare et facta egregie ita tradere litteris, ut, cum tuis ornamentum ac nomen attuleris, tum relinqueres posteris quo tuis laboribus possent eruditiores honestioresque evadere?” (Alberti, 2003: 394).
escritos, aún desconocidos, Politropo ubica los hechos dentro de una tragedia cultural mayor, que debería no obstante consolarlo: “¿has oído de cuántos textos griegos (…) hoy se ha perdido hasta el nombre? Agrega a estos nuestros escritos latinos”20. De allí que esta tragedia se reproduzca en la escena doméstica relatada por Neofrono, quien finaliza universalizando su experiencia al reconocer cómo sus escritos perecerán, ya que “todo aquello que los hombres consideran duradero y estable (…) se destruye súbitamente”21.
La pérdida y el descuido de los escritos y de los edificios de la Antigüedad es un tema sobre el que Alberti se demora en una de sus obras más ambiciosas: su tratado de arquitectura, De re aedificatoria (1966), concluido en 145222. Allí, Alberti relata el dolor que le producía ver el estado de los edificios antiguos, un espectáculo desolador al que “veía, no sin lágrimas (non sine lachrymis videbam)” (Alberti, 1966: 443). En efecto, impulsado por esa compasión que le generaban los restos sobrevivientes de la Antigüedad, declara haber emprendido su labor de escritura, reponiendo las faltas e inconsistencias de las fuentes, inventando nuevos vocablos donde nos los había, y desafiando, finalmente, las propias limitaciones que encontraba. En la Retórica, Aristóteles define la compasión como “un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, que también cabría esperar que lo padeciera uno mismo o alguno de nuestros allegados” (Ret. II 8, 1385b13-19). De allí que, según Aristóteles, no experimenten compasión aquellos que están enteramente satisfechos, o bien, completamente perdidos. La compasión tiene un uso retórico, en este sentido, al estar empa- rentada con el propio miedo, persuadiendo a los hombres a medir sus futuras acciones, con el fin de evitar que se cierna sobre ellos el mal que abatió a quien resulta objeto de la compasión. Pero los tratados albertianos sobre arte, así como sus diálogos sobre la familia, difieren de textos como Momus o las Intercenales que, al decir de Garin (1973), discurren esencialmente sobre “el drama absurdo
20 “Audisti quot apud Grecos quamque multa ac laudatissima librorum volumina in me- dium protulerint, quorum quidem omnium etate nostra vix nomina extant? Adde his nostros omnes Latinos…” (Alberti, 2003: 405).
21 “nam video que diuturna homines futura existimant (…), ea omnia subito occidunt ” (2003: 392).
22 Los diez libros que conforman De re aedificatoria datan de 1452. Se considera que los primeros cinco libros fueron redactados entre 1443 y 1445. Los últimos cinco libros, que retoman argumentos de los anteriores, fueron con probabilidad concluidos entre 1445 y 1452. La primera edición es póstuma y data de 1485, seguida de dos ediciones de 1512 y 1541. La primera traducción italiana es debida a P. Lauro (1546), la segunda a C. Bartolli (1550).
de la vida” (1973: 266). En el caso de las Intercenales, la reiterada evocación de la tesis de la locura reinante en la comunidad humana hace que la compasión desaparezca y su lugar sea ocupado por la comicidad. Es, en efecto, a través de este último registro cómo Libripeta afronta los dilemas del estudioso en el marco de una sociedad embrutecida, y cómo el difunto elabora cada uno de los des- cubrimientos desoladores que hace sobre su vida. Así, declara Neofrono que, al observar los engaños de su mujer, a pesar de la indignación (indignatus) experi- mentada, no había podido contener la risa (nequivi… risum continere) (Bacchelli y D’Ascia, 2003: 372).
Esta risa se nutre, fundamentalmente, de un corpus de textos griegos que forma parte de esa biblioteca que “regresó” durante el Renacimiento europeo. Para Bac- chelli y D’Ascia, más precisamente, las Intercenales corresponden al Alberti de los años 30, que ya había superado el ‘humanismo civil’, latino y ciceroniano, en dirección a una recuperación orgánica de la cultura griega (cfr. 2003: XXXIV). Esto coincide con la traducción al latín en el período de gestación de las Intercenales de numerosos diálogos de Luciano, de las epístolas de pseudo-Crates, pseudo- Diógenes y pseudo-Hipócrates.
Entre las epístolas pseudo-hipocráticas se encuentra aquella (la Epístola a Dama- geto), dedicada a la revisión médica de la locura del filósofo Demócrito. Esta Epístola relata la aparente locura de Demócrito —denunciada por sus conciuda- danos a Hipócrates—, traducida en su constante reír ante todas las cosas. En su encuentro con Hipócrates, es el propio Demócrito quien revela dónde reside la locura, objeto de su constante reír: “la causa de mi risa son los hombres insen- satos, que cargan la pena de la maldad, de la codicia, de la insaciabilidad, del odio, de las celadas, de las perfidias, de la envidia” (Hipócrates, 1861: 369). Así, la risa de Demócrito, que no halla distinción entre lo festivo y lo trágico, se opone simétricamente al tradicional llanto de Heráclito. Señala Starovinski en su prólogo a Anatomía de la melancolía de R. Burton:
Esta pareja de figuras ilustres (Demócrito y Heráclito) personifica dos actitudes psicológicas opuestas, en una encarnación figurada en la que se conjuga la doble autoridad de la filosofía y del pasado clásico. Es un lugar común que pueden emplear los escritores, los pintores, los decoradores, cuando necesitan simetría contrastada. Heráclito y Demócrito son los dos modelos a los que debe referirse necesaria- mente la quaestio disputata: ¿es mejor reír o llorar ante la agitación, los errores y las desgracias de los hombres? (Starovinski, 2003: 19).
Puestos en entredicho los sólidos cimientos de la educación, que exhiben su derrumbe en “El difunto” y que, en “La desventura”, hacen de Filiponio un ciuda-
dano ilustre por sus óptimos conocimientos e invenciones (optimarum cognitioni et inventorum) (Bacchelli y D’Ascia, 2003: 316), pero signado por la mala fortuna, las Intercenales —al modo de Demócrito— dan forma a una comprensión cómica de la vida23.
Las Intercenales de Leon Battista Alberti asumen y defienden su lejanía de la tradición ciceroniana revivida por los humanistas de la primera mitad del siglo XV: “Yo, en cambio (advierte Alberti en el proemio dedicado a Paolo Toscanelli) con estos escritos brindo un medio para aliviar las enfermedades del alma que se fundamenta en la risa y la hilaridad” (Bacchelli y D’Ascia, 2003: 2)24. Esta risa, en primer lugar, desacraliza el ideal humanista, confiado en los beneficios individuales o sociales del cultivo del intelecto humano. En su lugar, las páginas albertianas construyen un intelectual y un saber ligados al infortunio, que no hacen sino reflejar la stultitia que envuelve a la comunidad humana. Así, frente a la esperanza de restauración de las Bonnae Litterae, que nutrió al humanismo del 400, emerge la conciencia del carácter ineficaz y efímero de todo aquello que es producido y consumido por los hombres.
23 En palabras de Cardini (2008), la risa albertiana se caracteriza por ser “una risa que qui- siera hacer reír y que en cambio da pena, es una risa que es llanto y es un llanto que es risa, es en suma un perfecto oxímoron: y esto porque el principio fundante del el pensamiento albertiano es justamente el oxímoron, la agudísima conciencia de la radical contradicción que atraviesa al hombre y todas las cosas” (p. 34). De acuerdo con Cardini, “Defunctus” es un texto que pudo ser concebido y escrito porque en los primeros decenios del Quat- trocento habían madurado en Italia y al interior del Humanismo italiano los presupuestos culturales y filosóficos necesarios para una reconsideración y revalorización de la risa. Sus pilares son Luciano y las epístolas pseudo-hipocráticas, pero también la emergencia de los nuevos descubrimientos científicos, particularmente, la búsqueda brunelleschiana de la perspectiva. En La perspectiva como forma simbólica, Panofsky (2008) señala cómo la pers- pectiva artificialis se presenta como un fenómeno ambiguo: si, por un lado, los fenómenos artísticos quedan inexorablemente unidos a reglas matemáticas y el cuadro deviene una construcción racional y objetiva, por otro lado, la centralidad que ocupa el punto de vista en la distribución del cuadro, hace de este siempre una selección de la subjetividad que recorta la realidad a su medida. Para Cardini —aunque en esta línea se manifiestan también Garin (1992), Tafuri (1995), Catanorchi (2005)—, el “ilusionismo de la búsqueda perspec- tiva” abre las puertas al escepticismo y a una risa que es efecto de la creencia obsoleta de que existen elementos y parámetros fijos que sostienen la realidad. Una risa de este tipo está presente en “El difunto” albertiano, que pone en evidencia que toda representación cambia, modificando el punto de vista, que la realidad es siempre mutable.
24 “ego vero his meis scriptis genus levandi morbos animi affero, quod per risum atque hilaritatem suscipiatur”.
Que este pensamiento convive con otro, confiado en los atributos de la razón humana, lo prueba la simultánea redacción de las Intercenales y el tratado Della Famiglia, así como, luego, del Momus y los diez libros que componen De re aedificatoria. De allí que, como ha sostenido Garin (Gentile, 2006), sea necesario evitar interpretaciones que resuelven en la diacronía las contradicciones del pensamiento albertiano25, o en las peculiaridades propias de los distintos géneros por él practicados.
No obstante ello, pese a su matriz pesimista, las Intercenales —y, singularmente, las que hemos analizado en el presente trabajo— dejan también entrever una fértil enseñanza, que alienta a visualizar las cosas desde perspectivas inusitadas como fórmula para obtener una visión panorámica de la realidad. Así, en “La desventura” (“Erumna”) se incita a Politripo a permutar su propia vida con la de Triscataro, para reconocer cómo se reparten los bienes de la fortuna, en asocia- ción con la acción de los hombres mismos. Esta visión panorámica se obtiene en “El difunto” (“Defunctus”) con la mirada extrañada que ofrece la muerte, cuando Neofrono descubre la verdadera entidad de su vida a partir de la contemplación de su velorio desde el techo de una casa vecina. Aglutinadas en fragmentos o “pequeñas piezas”, zurcidas mediante prólogos dedicados a reconocidos huma- nistas, como Leonardo Bruni o Poggio Bracciolini, en donde Alberti defiende y disculpa el carácter cómico de sus escritos, las Intercenales ofrecen también una mirada inusitada con la que elaborar las frágiles esperanzas —propias y ajenas— depositadas en el saber humano.
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25 Sebastiano Gentile (2006) le ha dedicado un artículo a las sucesivas lecturas y hallazgos que Eugenio Garin hizo de la obra albertiana.
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