ISSN 2718- 6474 (en línea) - ISSN 1515-7326 (impresa), n.º 31, 2-2023, pp. 7 a 12 |
Ernesto Garzón Valdés(1927-2023). Un recuerdo
Ernesto Garzón Valdés(1927-2023). Some Memories
Paolo Comanducci*
He aceptado inmediatamente la amable invitación de Federico Arena para escribir algunas palabras en recuerdo de Ernesto Garzón Valdés en las páginas de esta revista. Se lo debo a Ernesto, como pequeña muestra de gratitud por lo tanto que he recibido de él, aun si siento una gran tristeza al hablar de Ernesto en tiempo pasado.
No voy a ofrecer ni siquiera un resumen de su extenso curriculum vitae et studiorum, ya que es fácil encontrar información adecuada al respecto[1]. Su vida ha sido completa, larga y muy dinámica, caracterizada por los viajes frecuentes, las prolongadas estadías en el extranjero, el intenso trabajo diplomático y sobre todo académico, el exilio determinado por la dictadura argentina, la elección de quedarse a vivir en Alemania aun después de la vuelta a la democracia en su país. Para conocer a fondo la ambivalente relación de afecto y aversión con Argentina resulta seguramente muy esclarecedor leer su libro “casi” autobiográfico, El velo de la ilusión (Garzón Valdés, 2000a). Pero era suficiente hacerle una pregunta cualquiera sobre la situación de su país para darse cuenta de la amargura que trasudaba de su respuesta, y al mismo tiempo del apasionado interés con que seguía los acontecimientos políticos, económicos y culturales de su patria.
Para los jóvenes investigadores que no hayan tenido todavía la oportunidad de encontrarse con su obra científica, hace falta mencionar al menos los campos disciplinarios que Garzón cultivó. Empezó con la filosofía del derecho, publicando varios ensayos y el volumen Derecho y “naturaleza de las cosas” (Garzón Valdés, 1970); se ocupó de filosofía moral, desarrollando una personal ética de la responsabilidad; ejerció la ciencia política[2], teniendo como especial foco de atención a Latino América[3]; y sobre todo trabajó profunda y extensamente en la filosofía política, dejándonos unas obras fundamentales para esta disciplina[4]. Leyendo sus contribuciones, emerge la figura de un intelectual que hunde sus raíces en la Ilustración y en el pensamiento liberal-demócrata de filósofos como Locke y Kant, cercano a las posturas contemporáneas del liberalismo igualitario y cosmopolita de corte anglosajón – pienso sobre todo en Rawls –, pero siempre con rasgos de originalidad e independencia de juicio.
La labor académica de Garzón ha sido impresionante. No solamente por la cantidad y calidad de su propia producción científica, sino por la enorme mole de traducciones desde y al castellano: casi ochenta volúmenes, además de muchos ensayos. Un trabajo humilde y valioso a la vez. Se trata de una pieza que encajaba en un preciso proyecto, llevado adelante a lo largo de toda una vida. Garzón quiso facilitar la circulación de las ideas, en materia filosófico-jurídica y filosófico-política, especialmente entre los varios países de Europa y Latino América. Y estaba convencido de que las traducciones de libros relevantes eran, a este fin, un instrumento imprescindible. La otra pieza del proyecto consistió en posibilitar el armado de una red entre investigadores que le parecían interesantes, una telaraña tejida sobre todo por medio de sus innumerables viajes. La elección en este caso ha sido la de poner en contacto grupos por así decirlo “minoritarios” respecto de los que pertenecían a universidades más famosas y hegemónicas. Es así que logró construir puentes entre investigadores de España, México, Argentina, Finlandia, Alemania, Italia, y un largo etcétera. Garzón fue un gran organizador cultural. Y al mismo tiempo un maestro, un mentor de la formación académica y la actividad de investigación de varias generaciones de colegas.
Organizador cultural y maestro: bajo ambos perfiles Ernesto ha tenido una notable influencia también sobre mi. En primer lugar, yo fui un destinatario directo de su obra de constructor de puentes. Lo conocí personalmente al comienzo de octubre del 1992 en Córdoba, durante la ceremonia en la que la Universidad Nacional, su alma mater, quiso simbólicamente volver a incorporarlo al claustro docente, como doctor honoris causa, claustro del cual la dictadura lo había expulsado casi veinte años atrás. En el seminario internacional que siguió a aquel acto académico, el primero de una larga serie de congresos anuales en Vaquerías, en la sierra cordobesa, encontré, junto con una pequeña delegación italiana, a los representantes más destacados de la filosofía analítica del derecho argentina (Carlos Alchourrón, Eugenio Bulygin, Carlos Nino, Roberto Vernengo, Ricardo “Pachi” Guibourg, Martín Farrell, Ricardo Caracciolo, Pablo Navarro, entre otros) y también española y mexicana. Garzón, desde aquella ocasión, empezó a considerarme uno más de sus “protegidos”, a ponerme sistemáticamente en contacto con otros colegas de su entorno y, a medida que mi castellano mejoraba, a involucrarme en múltiples actividades académicas de las cuales él era el principal impulsor. Habiendo sido beneficiado por su actitud de gran tejedor de redes académicas, sucesivamente decidí intentar por mi parte imitarlo, aun si en escala menor, y me siento ahora muy satisfecho por haber seguido en esto la enseñanza de Ernesto.
Como maestro, reconozco que Garzón ha tenido sobre mí una influencia determinante con relación a mis posturas en el debate entre liberalismo y comunitarismo, así como en la elaboración de los conceptos de igualdad y tolerancia. No compartíamos la misma metaética, pero en materia de ética sustantiva a menudo me daba cuenta de la grande consonancia entre sus tesis y argumentos y los míos.
Quiero terminar mi pequeña conmemoración de Ernesto, relatando algunos recuerdos personales, unos simples flashes, sin un orden preciso, que tengo bien presentes en mi memoria y quiero compartir con los lectores de “Discusiones”.
En primer lugar, el recuerdo de un país, México, que para mi está fuertemente conectado a Ernesto. Fue él que me puso en contacto con Rodolfo Vázquez e hizo que me invitaran por primera vez a México; fue en una colección codirigida por él (“Ética, Filosofía del Derecho y Política”, de la editorial Fontamara) en donde publiqué mi primer librito en castellano; fue en la cátedra que lleva su nombre que tuve el honor de dictar unas clases en 2006; ha sido en su compañía que transcurrí en la Ciudad de México algunos momentos muy agradables y estimulantes, entre universidades, museos, librerías y refrescos en el precioso edifico art nouveau de la Casa de los azulejos. Todavía recuerdo, durante mi primera visita a México, sus cariñosas recomendaciones, como experto conocedor de la realidad mexicana, sobre comidas y bebidas autóctonas, a veces condimentadas con una pizca de prejuicios Nord europeos (“Querido, ¡no tome hielo ni coma lechuga fuera de un Sanborns!”).
En segundo lugar, el recuerdo de un viaje transoceánico en avión que por casualidad nos tocó compartir. No estábamos sentados cerca y cuando me levanté para dar dos pasos y estirar las piernas lo vi que trabajaba, en el medio de la noche, con la computadora: estaba terminando una traducción. “No hay que desperdiciar el tiempo”, me comentó en aquella ocasión, un imperativo al que obedeció, de una forma casi obsesiva, a lo largo de los años. Ernesto tenía una suerte de ansiedad vital, pasaba, sin solución de continuidad, del logro de un objetivo al planteo de otro. Estaba siempre corriendo, intelectual y metafóricamente, ya que ostentaba en cambio un soberano desprecio hacia la práctica del jogging.
En tercer lugar, los recuerdos de su gran casa en Bonn, en la que tuve la suerte de pasar unos días. Se encuentra en el barrio donde estaban las embajadas, cuando Bonn era todavía la capital de Alemania. Una casa atiborrada de libros, de trabajo, de literatura, de arte; libros que se encontraban por doquier, también forrando las escaleras internas, tanto que él había puesto unos silloncitos en los entrepisos para permitir sentarse a leer en el lugar mismo donde uno hubiese encontrado un libro interesante. La casa incluía también dos espacios, uno arriba y otro abajo, perfectamente equipados para recibir a huéspedes. Aulis Aarnio, él también un amigo recién fallecido, transcurrió varios períodos alojado en uno de ellos. La casa está ubicada en Rolandstrasse, y por eso Ernesto apodó Roland Seminars las reuniones de amigos-colegas que solía organizar en su casa, con la ayuda y la presencia discreta de su adorada Delia. Unos anfitriones exquisitos.
En cuarto lugar, el recuerdo de todas las veces en que Ernesto, ejerciendo lo que él consideraba una forma de paternalismo justificado, me alentaba a que emprendiera alguna actividad académica. Siempre ha sido pródigo de incitaciones: para que escribiera sobre un tema, participara en un congreso, publicara en inglés, armara la parte monográfica de una revista. Desde algunos años ya no lo hacía más, a causa del deterioro de su memoria. Pero todavía hoy en día, frente a alguna tarea académica que no tengo ganas de llevar a cabo, me descubro preguntándome: “¿Y si Ernesto me lo hubiese pedido?”.
En quinto lugar, un recuerdo puntual. Su cara de grata sorpresa y purísima felicidad cuando, el 2 de abril del 2004, le anuncié que habíamos conseguido, a último minuto, una entrada, al teatro Carlo Felice, para asistir a una representación de la Turandot de Giacomo Puccini, que iniciaba poco después de una conferencia que Ernesto dio en el Palacio San Giorgio de Génova. Era un gran amante de la música clásica, y de la ópera en especial, y con su entusiasmo logró contagiarme, aun si en forma blanda, después de años de insistencia para que descubriera el encanto de la lírica.
En sexto y último lugar, el grato recuerdo de su visita, junto con Eugenio Bulygin, a Sansepolcro, en el mes de abril de 1995, después de haber participado en un congreso en la cartuja de Pontignano, cerca de Siena. Grande fue el placer de poder acoger en lo que considero “mi lugar en el mundo” a dos maestros y amigos entrañables, y enseñarles las bellezas artísticas y paisajísticas de este pueblo de Toscana. Ernesto y Eugenio conocieron a mis padres, y los conquistaron, haciendo muestra de su buen manejo del italiano. En particular mi mamá quedó literalmente fascinada por Ernesto (“¡Qué señor tan distinguido!”). Una prueba ulterior, para mi, de su estilo refinado, su capacidad de empatía, su brillante personalidad. Lo extrañaré.
Atienza, M. y Ruiz Manero, J. (1987).
Entrevista a Ernesto Garzón Valdés. Doxa, 4, 413-426;
Comanducci, P. y Mazzarese, T. (2003). Introduzione. En E. Garzón Valdés, Tolleranza, responsabilità e Stato di
diritto. Saggi di filosofia morale e politica (pp. 7-19). Bologna: il
Mulino.
de Lucas, J. (2001). Laudatio Académica del Doctor Ernesto Garzón. En E. Garzón Valdés, Filosofía, política, derecho. Escritos seleccionados (pp.
15-22). Valencia: Universitat de València.
Garzón Valdés, E. (1970). Derecho y “naturaleza de las cosas”. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba.
Garzón Valdés, E. (1987). El concepto de estabilidad de los sistemas políticos. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales. Re-edición, Garzón Valdés, E. (1992). El concepto de estabilidad de los sistemas políticos. México: Fontamara, México- Nueva edición Garzón Valdés, E. (1988). Die Stabilität politischer Systeme. Analyse des Begriffs mit Fallbeispielen aus Lateinamerika. München-Freiberg: Alber.
Garzón Valdés, E. (1993). Derecho, ética y política. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
Garzón Valdés, E. (2000a). El velo de la ilusión. Buenos Aires: Sudamericana.
Garzón Valdés, E. (2000b). Instituciones suicidas. México: Paidós.
Garzón Valdés, E. (2001). Filosofía, política, derecho. Escritos seleccionados. Valencia: Universitat de València.
Malem, J. (1987). Ernesto Garzón Valdés: apuntes biográficos y reseña bibliográfica. Doxa, 4, 399-411.
* Profesor emérito de la Università di Genova, Italia.
[1] Véase, entre otros, Malem (1987), Atienza y Ruiz
Manero (1987), de Lucas (2001), Comanducci y Mazzarese (2003).
[2] Véase Garzón Valdés (1987).
[3] Véase, entre otros, Garzón Valdés (2000b).
[4] Véase, por lo menos, Garzón Valdés (1993) y Garzón
Valdés (2001).